domingo, 29 de abril de 2012

Maternidad y ¿¿¿ Descanso???

Soy una convencida de lo sabio que es nuestro cuerpo. Y esta vez, como tantas otras, me demuestra que debo intentar escucharlo y darle cabida a sus señales, por difícil que me resulte.

No sé si lo han notado, pero ya no tengo el tiempo que tenía antes para escribir en mi blog. Ni para eso ni para casi ninguna de las cosas que me encanta hacer. Sólo hay tiempo para el trabajo, los estudios y mis hijos. Y claramente, para ellos tampoco está alcanzando.

Hace días venía advirtiendo que el cansancio estaba terminando con mi energía. De hecho, me levantaba con los ojos hinchados a pesar de haber dormido lo suficiente. No por nada dejé en mi último post un poema titulado "No Te Rindas"...

El martes en la tarde mi cuerpo dejó entrar una jaqueca que se instaló en él durante más de 36 horas. Fue la jaqueca más fuerte que recuerdo haber tenido. El jueves me levanté e intenté volver a la "normalidad" (¿es normal vivir agotada?) pero mi cuerpo dejó entrar a una bacteria. Resultado: estoy en cama desde hace más de 48 horas, terminé en la clínica haciéndome un montón de exámenes y ahora tomo antibióticos. La fiebre aún no baja, por lo que no he podido cuidar a mis hijos, lo que me ha obligado a pedir ayuda a su padre y mi madre, quienes han sido muy comprensivos y me han reemplazado al 100% en mis tareas de mamá.

He estado muy tranquila. He dormido como hace tiempo no lo hacía. Ni siquiera he estado de ánimo para sentarme frente a un computador, lo que ha significado que esta enfermedad se encarnara en una especie de desintoxicación completa.

Lo que no me gusta es que yo misma comenté con alguien el jueves por la mañana que me sentía tan sobrepasada que temía enfermarme. ¡Soy capaz de ver mi necesidad de tiempo, ocio, intimidad, descanso y no puedo atender a ella!

Hoy me hago el firme propósito de cambiar algunas cosas. Necesito urgente sacarme de encima algunas responsabilidades. Y ahora que mi cuerpo ha hablado más claramente que mi boca, me comprometo conmigo a hacer importante modificaciones.

No me gustaría que este tema se torne más serio y decir: "Yo lo sabía y no hice nada". Por eso lo dejo aquí, escrito. A ver si el compromiso con quienes me leen le da fuerzas al que hago conmigo.

¿Les ha pasado algo parecido a uds.? Me imagino que más de alguna madre sobrepasada se sentirá identificada con mi relato. Sería bueno que este espacio en mi blog diera paso a contar nuestras experiencias y darnos mutuamente ideas para poder descansar y mantenernos sanas...

Yo, por ahora, me quedo aquí, descansando por enfermedad y esperando vuestros comentarios.




domingo, 22 de abril de 2012

No Te Rindas (Poema)

Hay días en que el cansancio y las dificultades parecen demasiadas. En días como éste me gusta leer mi poema  preferido...





No te Rindas


No te rindas, aun estás a tiempo
de alcanzar y comenzar de nuevo,
aceptar tus sombras, enterrar tus miedos,
liberar el lastre, retomar el vuelo.

No te rindas que la vida es eso,
continuar el viaje,
perseguir tus sueños,
destrabar el tiempo,
correr los escombros y destapar el cielo.

No te rindas, por favor no cedas,
aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se esconda y se calle el viento,
aun hay fuego en tu alma,
aun hay vida en tus sueños,
porque la vida es tuya y tuyo también el deseo,
porque lo has querido y porque te quiero.

Porque existe el vino y el amor, es cierto,
porque no hay heridas que no cure el tiempo,
abrir las puertas, quitar los cerrojos,
abandonar las murallas que te protegieron.

Vivir la vida y aceptar el reto,
recuperar la risa, ensayar el canto,
bajar la guardia y extender las manos,
desplegar las alas e intentar de nuevo,
celebrar la vida y retomar los cielos.

No te rindas, por favor no cedas,
aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se ponga y se calle el viento,
aun hay fuego en tu alma,
aun hay vida en tus sueños,
porque cada día es un comienzo,
porque ésta es la hora y el mejor momento,
porque no estás sola,
porque yo te quiero.

Mario Benedetti.


lunes, 16 de abril de 2012

Maternidad Múltiple: Aprendiendo a Pedir y Recibir Ayuda

Creo que entre todas las imágenes idealizadas de la maternidad que rondaban por mi cabeza antes de ser madre, una de las que más me gustaba era la de mi hijo colgando de mí como un monito. Imaginaba que pasaría días pegada a él, que le daría pecho y estaríamos muy juntos el uno al otro durante sus primeros meses. No había en mis planes ninguna intención de compartir a este hijo con nadie. Nuestro vínculo sería fuerte, muy fuerte, y nadie, salvo el padre en algunas ocasiones, cuidaría de él más que yo.

Salí de la clínica con tres "monitos" delicados de salud y muy demandantes. Tuve la suerte de poder contratar a una auxiliar de enfermería durante los primeros tres meses y compartir con ella las mudas, las tomas, los baños, los cambios de ropa y los etcéteras. Luego de la enfermera vino mi madre, quien estuvo conmigo todo lo que pudo. Y el papá de mis hijos también tuvo que compartir las noches en vela y el cansancio. No hubo otra forma de llevar a cabo una empresa tan grande como la de cuidar a nuestros tres hijos.

Recuerdo un día en que una amiga llamó para decir que vendría a visitarnos. Apenas cruzó la puerta de mi casa, la llevé al baño, le pedí que se lavara las manos y le entregué a uno de mis hijos. Ella me miró impresionada: "¡Yo nunca dejaba que otros tomaran a mis hijos cuando eran tan chiquititos!" exclamó. 

Es que cuando se es madre múltiple hay muchas ideas que dejan de ser posibles. Todo se transforma, desde lo material hasta lo más profundo, por la llegada de múltiples "monitos" a la vida de una familia.

Ser mamá de trillizos me hizo ser más humilde. Era tan claro que yo no podía con todo, que aprendí a aceptar la ayuda que se me ofrecía (que no era poca) y luego, a pedirla en caso de sentirme sobrepasada.

Hoy todavía pido ayuda. A veces no tengo con quién dejar a mis hijos cuando me surge un imprevisto. Otras veces simplemente no me siento emocionalmente capacitada para responder tantas preguntas, oír tantos relatos, dar tantas instrucciones y estar en tantos lugares a la vez. En esas oportunidades también pido asistencia. Y ya no me cuesta nada hacerlo. 

Ya no creo que mis hijos sean míos ni que lo hayan sido alguna vez. Ya no pienso que llevarlos siempre pegados, colechar, dar pecho exclusivo o traerlos colgando como "monitos" sea una condición necesaria para criar niños sanos y felices. Los míos tienen sus cosas, pero, en general, podría decir que los veo bastante seguros de mi amor, el de su padre, su abuela, sus tíos y todos quienes contribuyeron cuando yo lo necesité.

Mis niños no perdieron a su madre por haber sido múltiples. Me tuvieron ahí con ellos y ganaron muchos otros significativos a quienes recurren muchas veces sin necesidad de pasar por mí. El mundo se les hizo más grande gracias a que me vi obligada a compartirlos.

De toda experiencia se puede sacar algo bueno ¿no?



Cristóbal, Pedro y Antonia con 3 meses de vida. Esta foto fue tomada una mañana luego que entre su padre y yo dormimos 45 minutos en total, sumando sus minutos y los míos.

sábado, 14 de abril de 2012

Cambiar

Antes de embarazarme me encontraba en una etapa de la vida muy especial. Estaba recién casada, haciendo mi tesis para titularme de Psicóloga y sometida al estrés de los tratamientos de infertilidad. Era muy joven, tenía el mundo por delante y sabía que mis posibilidades eran millones. Sentía que la vida se abría ante mí: podía elegir entre muchas alternativas.

En esa época hice un curso de bonsai, y, como casi en todo lo que emprendo, me obsesioné un poco. Leía todos los libros que caían en mis manos sobre técnicas para hacer bonsais (tengo muchísimos), compré herramientas, materiales, leí revistas, fui a las pocas tiendas que en esa época existían en Santiago y llené mi departamento (su terraza) de mis preciosas creaciones. La verdad es que el tema es fascinante. Cada bonsai es un mundo en sí mismo, con su estilo, sus necesidades y su ritmo de crecimiento particulares. Dedicarse a los bonsais requiere de una rigurosidad y una paciencia enormes, pero la satisfacción de ir notando cada nuevo brote de tu "hijo" es tan grande que vale la pena.

Me embaracé y todo cambió. Hemorragias, amenazas de aborto y de muerte de uno de mis hijos nonatos, reposo relativo (que yo convertí en absoluto por miedo), temor al futuro inmediato (¿Volveré a sangrar hoy?) y al más lejano (¿Cómo me las arreglaré para sobrevivir a la muerte de un hijo y salir adelante con otros dos? ¿Y las secuelas de la prematurez? ¿Y mi relación matrimonial? ¿Y yo? ¿Qué ocurrirá con mi vida?), todo eso me hizo dejar botado mi pasatiempo. Mis bonsais murieron de sed, así de simple: no volvieron a ser cuidados ni alimentados nunca más.

Y mi mundo se estrechó. Mis alternativas se redujeron a unas pocas. ¿Viajes? ¿Post grados? ¿Amistades? ¿Nuevos negocios? ¿Trabajar? ¿Dormir? ¿Comprar algo para mí? ¿Tener vida de pareja? ¿Salir a caminar? ¿Comer sentada frente a un plato? ¿Seguir una serie de televisión? ¿Conversar con una amiga?. Hubo tantas cosas que salieron de mi abanico de alternativas... Los bonsais fueron los primeros. Después fueron saliendo otros aspectos de la vida hasta verme reducida a madre y nada más que madre.

Fui madre sufriente, madre agotada, madre orgullosísima, madre temerosa, madre satisfecha, madre valiente, madre contenedora, madre equivocada, madre estimulante, madre feliz, madre cariñosa, madre dubitativa, madre frustrada, madre sobrepasada, madre sabia, madre culposa, madre sola, madre realizada... Fui casi todas las madres.

Han pasado 10 años desde el día en que mi test de embarazo dio positivo, y algunos tantos desde que comencé a intentar ser Natalia. Natalia que es madre, mujer, amiga, pareja, compañera de fiestas, estudiante, Psicóloga, hermana, hija... Natalia.

Y no ha sido fácil. 

Al principio no sabía cómo empezar.¿Por dónde se comienza a recuperar algo que se perdió y se olvidó? Luego tuve algunas ideas, pero yo misma parecía tan acostumbrada a mi rol de madre que me resistía inconscientemente a cambiar. De a poco, fueron surgiendo algunos esbozos del ser humano que se escondió tras la madre. Y hoy me encuentro en pleno proceso de cambio. Un cambio no tan satisfactorio como imaginé, más difícil, pero tan necesario como volver a respirar después de permanecer largo tiempo bajo el agua.

Siempre, cada año, pienso que sería lindo volver a hacer un bonsai. Sólo uno, no quiero ser tan ambiciosa y creer que tendré tiempo para llenar mi casa de ellos. Y cada año lo dejo para el siguiente. Parece que no estoy preparada, que mis hijos no lo están, y se me pasa agosto (el mes para convertir un arbolito en un futuro bonsai) sin haberlo hecho.

Me huele que este agosto sí lo haré. He cambiado muchas cosas. He logrado hacer renacer a la Natalia en muchos aspectos. Esta Natalia merece y está lista para un nuevo bonsai.

Nunca dejaré de ser madre. Nunca dejaré de respirar por y para mis hijos. Jamás me arrepentiré de haber vivido esos años tan intensos en que fui madre y nada más. Pero ¡qué bien les hace a los hijos que su mamá sea capaz de mirarse a sí misma y satisfacer también sus propias necesidades! Si hubiesen visto sus caritas el otro día cuando les conté algunos detalles de mi postítulo: mis profesores, mis compañeros, las evaluaciones, etc, lo entenderían. Ellos necesitan una madre-persona, no una madre-madre. 

Y yo necesito un bonsai. Este agosto sí que lo haré nacer.

domingo, 8 de abril de 2012

Esa Fragilidad Tuya Que Me Asusta

Hoy fue un día de guardar. Dos de mis hijos están enfermos, por lo que tuvimos que quedarnos todo el día en la casa sin nada más que hacer que compartir la cama grande, comer huevitos de Pascua y conversar.

Nos visitó mi madre. Con ella estuvimos hablando los niños y yo acerca de esos errores que cometemos las mamás con nuestros hijos. Esas frases sueltas que a veces tiramos al aire sin pensar bien en lo que estamos diciendo y que, sin proponérnoslo, pueden marcar o herir a nuestros hijos.

Recuerdo la sensación que tuve durante los primeros meses de vida de mis niños. Recuerdo esa fascinación mezclada con un temor inmenso frente a la fragilidad de esos cuerpos tan, pero tan pequeños. Tres, no uno, sino tres niños prematuros bajo mi techo y mi responsabilidad. El miedo a equivocarme, a que ocurriera con ellos algo alarmante y no darme cuenta, a pecar de negligencia por dejar pasar alguna señal... Recuerdo como un momento de iluminación el día en que me dí cuenta casi de casualidad que mi hija de 3 meses tenía unas décimas de fiebre... Estaba gravemente afectada por una septicemia que no tuvo otro síntoma más que esas décimas de temperatura. ¡Qué frágil eran esas vidas en mis manos!

Hoy ya no tengo esos temores acerca de sus cuerpos. Pero sí de sus almas. De pronto la vida se vuelve vertiginosamente acelerada entre el trabajo, los estudios propios, los de los hijos, la organización de la casa y tantas otras cosas. Y no siempre tengo la consciencia de que todo lo que digo y hago puede marcar a mi hijos.

Entre risas y espanto, recordábamos hoy algunas frases o actos desafortunados de mis madre durante mi infancia. Esas cosas que las mamás decimos sin pensar pero que los hijos toman en serio y no olvidan jamás. Y mis niños, quienes escuchaban atentos, recordaron también frases tiradas al vuelo por mí en momentos de cansancio, enojo, apuro o distracción.

Narraban sus vivencias como marcadoras. Recordaban lo que sintieron la vez que los amenacé con alguna estupidez porque ya no podía más de enojo. Guardaban en sus corazones algunos recuerdos amargos de momentos en los que perdí la paciencia y el criterio perdió frente a las ganas de mandar a todos y a todo muy lejos.

Me asusta.

Sé que todos, incluso las madres, nos equivocamos, podemos pedir perdón y enmendar lo que hicimos (o dejamos de hacer). Pero la consciencia de tener entre mis manos una parte importante de la salud mental de mis tres hijos me produce temor.

No soy perfecta. No puedo serlo. Estoy tan cansada y sobrepasada a veces que no puedo actuar con la mesura y sabiduría que quisiera.

Si sólo pudieran estos hijos míos entender eso sería todo un poco más fácil. Si no esperaran tanto de mí, si me bajasen del pedestal y comprendieran que soy un ser humano y nada más que un ser humano... (En teoría, claro que lo saben, se los he explicado mil veces, pero todavía actúan como si estuvieran frente a un ser todopoderoso que tiene solución a los problemas, que todo lo sabe y que nunca se cae.)

Supongo (y éste es mi consuelo) que cuando llegue el momento de evaluar la clase de madre que tuvieron durante sus primeros años comprenderán que el esfuerzo puesto en esta tarea no ha sido menor, que el deseo de hacerlo lo mejor posible ha sido gigante y que, al final del día, siempre sé que no fui la madre que idealicé antes de serlo, pero que dejé la vida en intentar acercarme a ello. Al menos eso es lo que siento yo por mi mamá.




jueves, 5 de abril de 2012

Esa Persona Que Creyó En Ti

Mi querido Pedro:

Naciste desafiando los pronósticos de todos quienes te dimos por muerto antes de verte la carita por primera vez. Pesaste poco más de un kilo, pero eso no te impidió sortear cada uno de obstáculos que se te pusieron por delante. ¿Sabías que te sacaste solo el tubo de oxígeno? No necesitabas más ayuda del ventilador mecánico, pero como los doctores parecían no darse cuenta de ello, decidiste quitarlo con tus propias manos.

Fuiste creciendo y te convertiste en esa guagua que a los 8 meses tenía una mirada tan profunda que se podían adivinar sus pensamientos, su sentido del humor, la intensidad con que vivía todo, esas ganas de vivir cada día como si fuera el único.

Eras tan risueño como nervioso. Tan alegre y conversador como asustadizo y ansioso. El mundo te pareció siempre en lugar fascinante pero amenazante. Y a medida que te fuiste convirtiendo en niño, quienes te queríamos ver crecer feliz, te veíamos muchas veces asustado, sobrepasado por la angustia, temeroso de enfrentar experiencias y relaciones novedosas.

Tengo que asumir que muchas veces yo me contagiaba. Quería hacer por ti lo que fuera: devolverte a mi útero y guardarte ahí, calientito, para que no siguieras teniendo miedo. Sabía lo capaz que eras, sabía de esa inteligencia y capacidad de análisis superior a lo "normal", pero me daba cuenta que el mundo parecía quedarte grande en lo emocional. Me angustiaba tanto o más que tú.

Le tenías miedo a la bibliotecaria de tu colegio, a la profesora de educación física, a todos quienes se acercaban a ti bruscamente sin ganarse antes tu confianza. Tenías pesadillas con el "Señor Malas Pulgas", con el payaso Ronnald Mcdonnald, con el elefante Jumbito. Tenías tanta, tanta angustia que yo me sentí miles de veces sobrepasada. ¿Qué hacer para ayudarte a desarrollar ese maravilloso potencial que tenías? ¿Qué hacer para convertirte en el niño feliz que querías y no podías ser?

Hasta que apareció ella y confió en ti. No creo que haya tenido más de 25 ó 26 años. Creo que su experiencia laboral no era mucha. Pero irrumpió en nuestras vidas con esa alegría, con esa energía, con esa paz y esa confianza que tanto necesitábamos. Fue tu profesora durante 3 años e hizo lo que ninguno de los que te amábamos tanto pudimos hacer por ti: tenerte una fe y una confianza a toda prueba.

Ella no tuvo miedo de tus miedos, no se contagió de tus angustias. Ella vio al niño precioso que habitaba detrás de tanta inseguridad y te ayudó a florecer. ¿Te acuerdas de sus clases de yoga? ¿Te acuerdas de los tratos que hacías con ella? ¿Te acuerdas de la fuerza con que tomaba tu mano cada vez que tocaba ir a la biblioteca y enfrentar a la mujer que te daba miedo porque su voz era ronca?

Francisca, tu profesora, creyó en ti. Y nunca sabrá, nunca llegará a dimensionar, cuánto le agradezco haberme contagiado su confianza. Ella sabía que tenías miedo y lo dejaba fluir, pero ver tus temores no le impedía seguir viendo todo el tiempo al niño enorme que vivía dentro de ti. Ella se preocupaba cuando no avanzabas, pero eso no la llevó jamás a bajar los brazos por su querido Pedrito.

Era muy joven, no tenía hijos, pero me enseñó mucho de lo que es ser mamá, de lo que es ser TU mamá. Me mostró cómo se hace para no dejarse invadir o contagiar por tu ansiedad. Me hizo ver cómo su confianza en ti se iba haciendo tuya paso a paso, día tras días.

Se fue de tu colegio para emprender nuevos desafíos laborales. La despedimos con un gran abrazo y le dijimos lo mucho que nos gustó conocerla. Pero nunca le dije (no sabía cómo hacerlo) que no sólo había sido tu profesora, sino más bien, nuestra maestra.

Te dejó listo para cursar 1° básico, para hacer amigos por primera vez, para dejar esa actitud rígida de portarse siempre bien, para flexibilizar y tolerar sacarte una mala nota de vez en cuando, para cambiar de amigo si el que tenías antes ya no estaba, para resolver pequeños problemas tanto dentro como fuera del colegio, para encontrar la autoregulación y el autoconsuelo cuando algo no resultaba como estaba presupuestado, para creer en ti mismo, para ser el Pedro feliz que siempre debiste ser.

Creo que ni ella ni tú lo saben. Ella porque está acostumbrada a ir por la vida regalando luz. Tú porque eras muy chico y no te acuerdas bien de lo mal que lo pasabas cuando sentías esos temores y esas ansiedades que te paralizaban.

Mil veces, cuando te escucho decir "¡Mamá, eso no tiene importancia, no te preocupes!" la veo a ella. Y vuelvo a agradecerle. Ayudó a hacer de ti un niño que puede tragarse el mundo porque se atreve a hacerlo.

Definitivamente, la vida sabe poner en nuestro camino a las personas indicadas en los momentos en que más las necesitamos.

¡Gracias Fran!


Con tus profesoras Mónica y Francisca el día en que cumpliste 5 años.