sábado, 29 de octubre de 2011

¿Cómo Hacerles Entender Hasta Dónde Llega Mi Amor?


Siempre les digo a mis hijos que los adoro. Siempre les doy besitos, les hago cosquillas, les hago cariño. Hemos tenido conversaciones muy divertidas en las que les he dicho que pase lo que pase siempre los voy a amar. Y para asegurarse de si hay algún límite me han preguntado si los amaría si fueran ladrones o si mataran a alguien. Mi respuesta ha sido afirmativa, por supuesto.

Sin embargo, en el fondo, creo que no son capaces de dimensionar la profundidad de mi amor hacia ellos.

Cuando eran más chiquititos, Antonia se sintió perdida unos minutos en un parque de diversiones. La encontré llorando porque creía que nos íbamos a ir a la casa ya que era hora de almorzar y teníamos hambre!

Hace pocos días mi hijo Pedro caminó por la corniza de la ventana de un departamento de un octavo piso. Yo no estaba ahí en ese momento, pero cuando me enteré de lo que había hecho ("sólo porque lo enontré entretenido") fui bastante dura con él.

Le hablé del riesgo que corrió, le dije que pudo haberse caído y haber muerto... Y que en ese caso jamás crecería, jamás tendría el pastor alemán y el labrador que quiere tener, jamás aprendería a manejar un auto, jamás sería científico, nunca conocería Disney World ni tendría hijos, nunca podría ser jefe de su amado grupo de scouts, etc, etc, etc. Es decir, le fui nombrando sus propios planes y concretizando el riesgo corrido: si te pones en riesgo así, puede que no logres nada de lo que quieres para el futuro.

Pero más dura fui al explicarle lo que pasaría conmigo y su padre si él muriera. Le expliqué que él y sus hermanos son lejos lo más importante de nuestras vidas, que yo lloraría durante años y que no podría volver a ser feliz, que sin él siempre sentiría que me falta un pedacito de vida, que sus abuelos y hermanos sufrirían tanto, tanto que no podrían hacer sus vidas con normalidad durante mucho tiempo.

Me escuchó, me pidió miles de perdones por lo que hizo, pero sé que no dimensiona el amor que su padre y yo le tenemos. Sentí que, de alguna manera, creyó que estaba exagerando.

¿Cómo hacerles entender que deben cuidarse no sólo por ellos sino también por la inmensidad del amor que les profesamos? ¿Cómo hacerles sentir, sin sacarles en cara los esfuerzos realizados, cómo han cambiado nuestras vidas desde que ellos existen?

Por el momento, me doy por vencida.

Sigo abrazándolos, besándolos, conteniéndolos, pero no creo ser capaz de encontrar la forma de hacerles comprender la inmensidad de mi amor. Sus cabecitas no logran imaginar algo tan grande.


jueves, 27 de octubre de 2011

No Somos Ángeles, No Nos Caímos Del Cielo


¿Se acuerdan de esa canción de Laura Pausini? Llevo un par de días tarareándola mientras hago las compras, mientras manejo, mientras me ducho...

Es que hace unos días una persona llamó "ángel" a uno de mis hijos, a Cristóbal, el que ha sufrido más físicamente, el que tiene una discapacidad. También se le podría llamar ángel a Pedro. Al fin y al cabo, no iba a vivir más que unas horas a causa de un supuesto síndrome incompatible con la vida, y aquí está: más sano de lo que alguna vez soné. A Antonia también le podríamos decir ángel: le ganó a la muete naciendo tan prematura, luego a una septicemia y más tarde a una crisis asmática horrorosa que la matuvo en riesgo vital.

No dudo que la persona que llamó así a Cristóbal lo hizo con la mejor de las intenciones, como un modo de llamarlo "especial", de expresar que entiende que es una persona cuya historia no se parece a la de la mayoría.. Y me dejó pensando...

A pesar de nuestra particular historia, no me gusta pensar que mis hijos son ángeles. Prefiero verlos como niños comunes y corrientes. Sé que en ellos han quedado huellas de lo vivido, pero eso no los convierte en seres superiores ni inferiores a nadie. No sé si me explico bien: creer que son ángeles es, para mí, esperar de ellos más de lo que quiero esperar.

Siempre quise tener niños, y eso es lo que finalmente tengo: tres niños tan talentosos como llenos de defectos, tan amorosos como desobedientes, tan sabios como inmaduros (claro, son niños, ¿qué más se les podría pedir?), tan grandes de alma como egocéntricos y demandantes. Tengo tres niños que han aprendido mucho de la vida dura que les tocó llevar, pero no espero de ellos nada más que se comporten con lo que son:  niños.

Muchas veces me sacan de quicio, me hacen perder la paciencia, me desespero frente a sus debilidades. Uno de ellos es demasiado apegado a las cosas materiales, otro es sumamente cómodo y odia ordenar o ayudar con las tareas de la casa, el otro es demasiado distraido y vive olvidando todo. Nombro estas características lejanas a lo angelical sólo por dar algunos ejemplos.

Amo que sean lo que son: seres humanos imperfectos, nada de ángeles, sólo tres pollos que viven una vida bastante parecida a las de sus amiguitos del colegio.

Amo saber que cada uno de ellos es especial, pero también es un niño más dentro de su grupo de pares.

Nunca quise tener ángeles, y no espero que se comporten como si lo fueran. Quise tener niños y los tengo. Y doy infinitas gracias a la vida por ello.

Con esto no pretendo juzgar a las personas que consideran ángeles a sus hijos "especiales, para nada. Sólo que a mí me suena más como a una expectativa extremadamente alta que como un cumplido o piropo.


Más "diablitos" que ángeles, jeje!

martes, 25 de octubre de 2011

Prematurez (Parte XIII) Recuerdos que Duelen


Una tarde Cristóbal y yo fuimos a un control de rutina con su Médico Otorrino. Nada especial, algo a lo que ambos estamos acostumbrados debido a que, sumado a su hipoacusia, tiene otitis a repetición.

         Al salir de la consulta del Doctor pasamos, casualmente, por el laboratorio, frente al cual recordé repentinamente unos exámenes de sangre que tenía pendiente realizarme. Con naturalidad, le expliqué a mi hijo que entraríamos para que tomaran una pequeña muestra de mi sangre, sólo un pinchacito y volveríamos a la casa. Fui muy clara y precisa: el pinchazo sería para mí, no para él.

         Entramos al box de atención, me senté y descubrí mi brazo. De pronto, vi a Cristóbal salir solo hacia el pasillo. Lo llamé pero no obtuve respuesta. Al salir me encontré a mi hijo de espaldas a la puerta, mirando por una ventana. Por su cara corrían dos gruesas lágrimas. Lo tomé y noté que temblaba.

         Durante todos estos años he vivido enumerando una y otra vez las secuelas que en él dejó el padecimiento físico sufrido durante sus primeros años. Atribuí a la experiencia vivida sus rabietas, su dificultad para “soltarme”, su tendencia a querer controlar todo y a todos, su necesidad de permanecer cerca, sus arcadas, su incapacidad para comer por la boca hasta los 6 años… En fin, muchas cosas.

         Pero nunca, como esta vez, pude ver tan patente las secuelas de estos recuerdos traumáticos. No fue el llanto de un niño que tiene miedo a las jeringas, fue el de un hombre que ha sufrido y evoca ese dolor del alma como la más intensa de las experiencias.

         Demás está decir que intenté aliviarlo y que nunca sé si lo que hago es suficiente para él. Sólo puedo agregar que ese día, como nunca antes, me enfrenté a la necesidad de borrar ciertos recuerdos de la memoria emocional de Cristóbal. Sé que no es posible, pero dicen que en querer no hay engaño.


lunes, 24 de octubre de 2011

¡Habemus Quintillizos!

Soy bisabuela de quintillizos. La feliz y orgullosa bisabuela de 5 hijitos de mi nieta (hija de mi hija Antonia) que nacieron hoy.

La vida es linda!!! Estamos todos muy felices!!!


Mi nieta alimentando a mis 5 bisnietos ;-)


sábado, 22 de octubre de 2011

Antonia, la Nostalgia y Yo.

Algunos dicen que mi hija se parece físicamente a mí. Lo dicen porque no conocen a mi madre, porque Antonia es realmente calcada a ella. Incluso tiene algunos rasgos psicológicos de su abuela. A veces parece que es más hija de ella que mía ;)

Sin embargo, si hay algo que, seguro, mi hija ha heredado de mí, es la tendencia a las nostalgia.

Hay personas que, si bien tienen recuerdos del pasado, no suelen sentir esa extraña mezcla entre añoranza y tristeza que te da el saber que nunca volverá.

Si me pusiera a nombrar la cantidad de lugares, experiencias o personas cuyo recuerdo gatillan nostalgia en mí, probablemente no terminaría nunca. Sin ir más lejos, anoche tuve un sueño que me hizo despertar profundamente nostálgica: en él volvía a mi infancia, al campo de mis abuelos y a tener una férrea amistad con mi prima, que fue como una hermana para mí.

Muy chiquitita Antonia conoció también la nostalgia. La primera vez que expresó sentirla tenía poco más de 2 años, y no me dejaba poner un disco que le recordaba al antiguo departamento del que nos habíamos cambiado hace unas semanas. Decía que se ponía triste cuendo escuchaba esa música.

Con el tiempo le he ido explicando que lo que siente se llama nostalgia y que, alguna vez, todos la sentimos. Sin embargo, sé que en ella (y en mí) es más intensa que en otras personas. La playa donde veraneamos, la casa que su abuela vendió, los días de verano cuando es invierno... Muchos recuerdos la hacen sentir algo en el corazón que a veces es difícil de explicar.

Las fotos de sus primeros años a veces la hacen disfrutar, pero otras veces provocan en ella algo parecido más al sufrimiento que a otra cosa. Es la certeza de no poder volver el tiempo atrás, hagas lo que hagas.

Pero aquí estoy yo para acogerla, y la entiendo porque somos iguales. Lo importante, para mí, es que sepa que vendrán muchos veranos, muchas casas, muchos paseos, muchos amigos, muchas vacaciones. Que sentir nostalgia por el pasado no debe impedirnos difrutar lo que vivimos hoy o lo que se viene por delante.

Hijita, no sabes cómo recuerdo a veces a esa Antonia chiquitita que ya no existe. Pero ahora, a punto de cumplir los 9 años, te prometo que me empeño en disfrutarte. Sé que en un tiempo más estaré nostálgica por los hijos que hoy tengo.



1 año y 3 meses.


8 años


jueves, 20 de octubre de 2011

Como el Avestruz


Más de algún médico en más de una oportunidad me solicitó someter a mi hijo Pedro a una resonancia cerebral. Es un examen que a esa edad (menos de un año de vida) debe realizarse bajo anestesia general para asegurar que el paciente va a permanecer inmóvil durante todo el tiempo que dura la toma de imágenes. Es decir, conlleva algunos riesgos y molestias para quien debe someterse a él.

         Yo me limité a hacer la pregunta que me surgía espontáneamente: ¿Para qué?. Pero nadie supo darme una respuesta convincente.

Se supone que la parálisis cerebral debe estar asociada a daño en alguna zona del cerebro, lo que debiera poder verse en imágenes. ¿Y qué aporta el examen? Absolutamente nada. Es saber por saber. No cambia el tratamiento, no cambia el diagnóstico, y acerca del pronóstico nadie nunca se atreve a aventurarse. (Y aunque se atrevieran, mi experiencia me dice que no debo creer en los “nuncas” ni permitir jamás que nadie les ponga techo a mis hijos). Es decir, no hubo argumento que me haya convencido de realizar el dichoso examen. Y punto.

         Un día estuve conversando acerca de este tema con el pediatra de mis hijos, a quien, a esas alturas, ya consideraba más un amigo que un doctor. Él fue bastante duro y me dijo que creía que estaba intentando esconder la cabeza como el avestruz para no ver la realidad.

Llegué a mi casa, entré a internet y busqué el motivo por el que los avestruces esconden su cabeza. Esto fue lo que encontré:

 “…si aparece alguna fiera que pueda atacar el nido, la hembra se tira sobre los huevos, los cubre con sus plumas, y pone su cabeza y su cuello sobre el suelo para "camuflar" la zona.”

“Por lo tanto, la política del avestruz debería ser aplicada para decir aquello que significa ofrecerse para proteger a los más débiles.”

Nada qué agregar. Estoy orgullosa de haber escondido la cabeza como el avestruz para proteger a mi hijo de ser sometido a un procedimiento invasivo e innecesario. Ya sufieciente tuvo con todos los pinchazos, exámenes e intervenciones que se le realizarosn durante su primer año.

Pienso que hay cosas que no necesitamos precisar. Hay diagnósticos que no tienen que ser afinados para poder llevar a cabo un tratamiento adecuado y darles todas las opotunidades a nuestros hijos para crecer y desarrollarse lo mejor posible.

No olvidaré nunca que los médicos proponen, pero la decisión final acerca de la salud de nuestros hijos la tomamos nosotros, los padres. Y con nuestra intuición y buena disposición, lo haremos bien, estoy segura de eso.


Pedro a los 11 meses.


martes, 18 de octubre de 2011

¿Quieren Saber Cómo lo Hice?

Cada vez que una amiga o una conocida tiene un hijo sano que se despierta por las noches, que a veces llora sin un motivo evidente, que se alimenta cada dos horas o se hace en los pañales a cada rato, me preguntan lo mismo. Cada vez que una madre está gordita por los kilos que quedaron después del embarazo,  que las ojeras le pintan la cara, que está agotada, que echa de menos su vida social, su vida de pareja o su trabajo, me preguntan lo mismo: "¿Cómo lo hiciste tú con tres y más encima prematuros, siempre enfermos, con reflujo severo, etc.?". Algunas me dicen que me admiran, que me "sacan el sombrero", que ellas no hubiesen podido, etc.

Y bueno. Lo hice lo mejor que pude. Lo hice con toda el alma y la energía que tenía. Lo hice como me salió, tratando de tomar fuerzas de donde no las había. Lo hice sacrificando mi vida personal. Lo hice disfrutando y sufriendo. Lo hice llorando de cansancio y riendo de felicidad. Lo hice como me resultó no más. No demasiado bien, pero tampoco demasiado mal. Más bien diría que la balanza se inclina hacie bien porque el resultado son tres niños maravillosos y felices.

El caso es que cualquier madre hubiese podido. A veces creemos que no podríamos hacer tal o cual cosa, hasta que la vida nos pone un desafío por delante, lo enfrentamos y nos resulta! Es que no somos conscientes de la fortaleza interna y física que tenemos hasta que la ponemos a prueba.

Otra mamá lo hubiese hecho de diferente manera. Tal vez un poco mejor o un poco peor que yo, pero al fin y al cabo, hubiese salido adelante igual.

Hay que decir que sin mis redes de apoyo, sin "los nuestros", sin el maravilloso pediatra de mis hijos todo hubiese sido más difícil. Pero el barco lo llevaba yo, la responsabilidad era mía, y los crié lo mejor que pude. Con paciencia, con frustración, con amor, con cansancio... Como pude no más.

La experiencia de haber sido madre de estos tres monstruitos me llevó a creer en mí mucho más que antes. Ahora sé que hay muchos desafíos que puedo enfrentar, aunque a veces me cueste creerlo. De hecho, estoy empezando a planear nuevos desafíos en otras áreas (no tengo intenciones de volver a tener trillizos, jeje!) y no me da el miedo que me hubiese dado antes de conocer mi fortaleza.

Así es que cuando la pregunta es "¿Cómo lo hiciste?", la respuesta es "Lo mejor que pude". Y estoy orgullosa de ello :)





lunes, 17 de octubre de 2011

Nuestra Historia de Inclusión Escolar


En mi país aún se le llama integración a la inclusión escolar. Pero ya iremos avanzando en este aspecto, estoy segura de ello.

Como se puede apreciar en el dibujo, la diferencia entre una y otra es importante. El concepto de integración aun mantiene matices de segregación, pues si bien el niño o joven está inserto en el sistema, no está completamente incluido, no es uno más. En cambio, el concepto de inclusión implica y permite la participación del individuo como uno más del grupo.

Hecha esta aclaración, quiero contarles que en Chile existen tres tipos de colegios: los que no aceptan niños con alguna discapacidad, lo que los aceptan pero no tienen programas especiales para ellos, y los que los aceptan, tienen programas especiales para ellos, profesionales preparados, infraestructura adecuada, etc.

Mi hijo Cristóbal, quien tiene una sordera severa, asiste junto a sus hermanos a un colegio del segundo tipo: uno que acepta niños "diferentes" en todos los aspectos. Es un colegio católico que acepta a hijos de madres solteras o padres separados, personas de otras razas y, entre otros, niños con algún grado de discapacidad. Por sus patios he visto tres o cuatro niños más usando audífonos, hay algunos con trastornos del espectro autista, algún niño con síndrome de Down, otros con algún síndrome de otro tipo, etc. El valor fundamental es aceptar al ser humano asumiendo que todos somos diferentes y que todos tenemos cabida en este mundo.

La verdad es que, al postularlo a colegios, esperaba que fuera aceptado en alguno con "integración" formal (el tercer tipo de los tres que describí). Sin embargo, estos establecimientos aceptan a un solo niño "especial" por sala y yo llegué tarde a postular a mi hijo: ya tenía tres años y medio cuando empecé a buscar un colegio para él y sus hermanos.

Y nuestra experiencia ha sido muy positiva. ¿Porqué? Justamente porque no hay nadie pendiente de él, no hay ojos mirándolo diferente a los demás, no hay nadie que esté preocupado de su condición, salvo que él o yo pidamos alguna modificación o trato especial.

El sistema es más desordenado que en los colegios con "integración" formal, lo sé, pero le ha permitido ser y sentirse uno más. Por supuesto, está sentado en primera fila, tiene derecho a pedir que le repitan lo que no entendió todas las veces que sea necesario y a no hacer educación física cuando hay llovizna y debe ejercitarse en un lugar no techado (eso es para proteger sus audífonos, no a él).

Sé que esto que cuento no es algo que funcionaría para cualquier niño con cualquier tipo de discapacidad. Hay muchos que sí requieren de ser observados e incluso acompañados por un tutor. Pero en nuestro caso, a pesar de la severidad de su hipoacusia, la falta de prejuicios ha ayudado mucho a que mi hijo se sienta y esté completamente incluido, tanto social como académicamente.

Él es feliz en su colegio. Sabe que hay otros niños con alguna discapacidad. Los ve y convive con ellos, pero no es un tema que le preocupe. Es más, creo que le hace muy bien ver a otros niños corriendo y jugando con sus audífonos puestos. Sin embargo, nunca los menciona: es algo demasiado natural para él

Vuelvo a aclarar que sé que en este aspecto hemos tenido suerte porque Cristóbal no requiere más apoyo del que recibe y otros niños sí. Ellos son los que llenan los escasos, demasiado escasos cupos de colegios con "integración" formal. Ellos son lo que tienen unos padres que luchan y sufren por conseguir uno de esos cupos y el dinero para, por ejemplo, contratar a un tutor que acompañe a su hijo.

Pero creo que, en general, la vida debiera ser como el colegio de mis hijos. Pienso que muchas veces el exceso de asistencialismo limita a nuestros niños. Y queremos hacerlos lo mas autónomos e incluirlos con la mayor naturalidad posible en el mundo. No queremos tratos especiales, salvo cuando sean realmente necesarios.

El ver a una persona en silla de ruedas, por ejemplo, no debiera hacernos correr a asistirla, porque probablemente esa persona ha aprendido a manejarse con su silla. Y dejarla ser autónoma es una forma de aceptarla, de incluirla, de decir "Eres uno más en este mundo. Yo con mis piernas, tú con tu silla". Salvo, por supuesto, que veamos a esa persona en problemas.

En fin. Lo que quiero decir es que, sin quererlo, hemos llegado al colegio indicado, donde mi hijo es feliz y puede sentirse incluido, no sólo integrado. Es lo que deseo no sólo para él, sino para todos nuestros niños y personas con necesidades especiales.





sábado, 15 de octubre de 2011

Un Motivo Para Celebrar y un Favor



Hoy celebro los 100 posts de mi blog. Perdón, debí decir los PRIMEROS 100 posts, porque me encanta escibirlo y no pienso parar. Ha sido muy gratificante hacerlo, tanto para mí en lo personal como por la retroalimentación y respuesas que he recibido. Asi es que ¡A celebrar!

Ahora quiero pedirles un favor a todas las personas que se enteran de mis posts gracias a facebook. Lo que ocurre es que el perfil que creé va a colapsar en cualquier momento, y por eso necesito que entren al siguiente link y, una vez adentro, presionen Me Gusta. Es la página que debí crear desde un principio (no lo hice así por ignorancia).
http://www.facebook.com/#!/pages/Reflexiones-Madre-Triple-Psic%C3%B3loga/207223739315931

Si logro tener a mis contactos dentro de la página, no tendré que duplicar más la información (ponerla en la página y también en el perfil)

Muchas gracias a todos los que entren al link y presionen Me Gusta.

Ahora ¡A comerse la torta!

viernes, 14 de octubre de 2011

Conociendo a mis Hijos: Pequeños Detalles

Los conocí el día en que el test de embarazo dio positivo. En ese momento, aunque creí que venía un solo hijo y no tres, ya los adoraba. De hecho, con sólo 7 semanas de gestación tuve un sangrado y recuerdo la angustia y el llanto de ese día como una punzada intensa en el corazón. Ya sentía una enorme conexión con ellos.

El día del parto vi sus caritas. Ninguna de las tres coincidía con las que había imaginado una y otra vez. Eran inimaginables... Son únicos, por lo que mi mente no daba para llegar a inventar las caras de tres seres humanos nuevos, diferentes a todos los del mundo. Ese día noté que había alguno más tranquilo, alguno más sensible, alguno más frágil.

Al pasar de los días y meses fui aprendiendo sus mañas, sus tendencias, lo que venía grabado en sus "discos duros". Siempre me ha sorprendido el comentario clásico "¡Pero qué diferentes son entre ellos!", porque me hace dar cuenta de todos los mitos que existen en torno a los hermanos múltiples.  Claro, son tan diferentes como lo somos mi hermano, mi hermana y yo. Tres seres humanos con sus propios gustos, intereses y formas de ser.

Han pasado casi 9 años desde el día en que vi sus caras por primera vez y aun no dejan de sorprenderme con cosas nuevas. Los veo reaccionar frente a una situación difícil, los veo enfrentar los desafíos de formas diferentes, y puedo darme cuenta cómo cada uno de mis tres hijos percibe la realidad desde un punto de vista único y sorprendentemente distinto a como lo hacen sus hermanos.

Lo que voy a contar hoy no es nuevo, pero creo que se ha ido acentuando, o tal vez yo he podido notarlo más porque he estado más con ellos en el último tiempo. Y es que mi hijo Pedro va a ser el mejor padre del mundo. Sí, parecer ridículo hablar de esto a tan temprana edad, pero es que de verdad me estremece el modo como se acerca a las guaguas (bebés), a los niños pequeños y a las embarazadas.

Antes de ayer vinieron a verme dos amigas: una de ellas con su hijo de 11 meses y la otra a punto de ser madre. Y Pedro no se despegó del hijo de mi amiga. Lo tocaba, le hablaba, jugababa con él. Pero lo más lindo fue la forma como tocaba la guata (panza) de mi otra amiga: con una gran delicadeza, la iba tocando mientras hacía preguntas acerca del hijo que está por venir.

Ayer se me acercó para pedirme que quería invitar a alguien a almorzar el domingo: a su prima María Gracia de casi 2 años. No era por ver a sus tíos (los papás de la primita), era porque "Mamá, echo mucho de menos a la María Gracia, quiero verla, quiero estar con ella."

Lindo mi liño lindo. En vez de estar interesado en pegar patadas al aire jugando al karateka (que también lo está a veces) está deseando jugar con su primita, seguirla por la casa para mostrarle juguetes y cuidarla, enseñarle nuevas cosas, mostrarle una parte del mundo que, él sabe, ella aun no conoce.

Sí, serás un gran padre, un gran profesor, un gran Psicólogo infantil o un gran tío. Tienes menos de 9 años y ya eres capaz de amar y proteger a los más chicos por instinto, porque te nace, porque te gusta.

Me siento orgullosa del modo como van apareciendo estas pequeñas cosas que hacen de mis hijos niños buenos y únicos. Me siento orgullosa de Pedro y su infinita sensibilidad.



María Gracia y Pedro en enero de este año. Díganme si el amor de primos no brota por los poros.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Carta de un Niño a su Hermano con Discapacidad

Querido hermano:

Desde que me acuerdo, tú estás en mi vida. No tengo recuerdos de los días en que no te conocía a ti y a tus necesidades especiales. Y te quiero, te quiero mucho, porque eres mi hermano y me haces reir, me haces enojar, me haces sentir acompañado y me enseñas acerca de la vida.

Aunque todavía soy chico, me doy cuenta de tus dificultades. Veo que hay algunas cosas que yo puedo hacer y tú no puedes. Dicen que las terapias te ayudarán a lograr hacerlas, pero yo no lo veo tan importante: siempre que te ríes cuando jugamos juntos pienso que tal vez nuestros papás esperan de ti algo que tal vez no llegará, y se olvidan de lo lindo y divertido que eres.

Me gusta ayudarte cuando puedo hacerlo. Pero no me hace sentir bien que nuestros padres me pidan más de lo que puedo dar. Yo también soy un niño y tengo mis propias necesidades, aunque las tuyas sean más "especiales". A veces me piden que tenga más paciencia de la que puedo tener, que espere más de lo que puedo esperar o que ayude más de lo que puedo ayudar. Ellos quieren que participe de la experiencia maravillosa de ser tu hermano, pero a veces se les pasa la mano y parece que quieren hacerme madurar antes de tiempo pidiéndome actitudes que no corresponden a mi edad.

Por eso, hermano adorado, muchas veces tengo unos celos grandes hacia ti. Veo que recibes más ayuda, más atención, que hablan más de ti, que escriben blogs acerca de ti, que están muy conectados contigo. No te lo tomes a mal, pero muchas veces pienso que tal vez hubiese sido mejor tener un hermano sin discapacidad. Pero no te culpes, este sentimiento no tiene qué ver contigo, sino con lo que nuestros padres hacen o dejan de hacer.

Me doy cuenta y me duele mucho que las personas que no te conocen te miren raro y murmuren al verte. Eres lindo, eres mi hermano y quisiera defenderte, pero no sé cómo hacerlo. Sólo sé que yo no haría eso jamás, que nunca me voy a olvidar de lo que he aprendido al vivir el día a día contigo y que gracias a ti sé desde siempre que todos los seres humanos valemos lo mismo. A mí me gustas como eres, y me gustan las personas. No miraría a nadie feo sólo porque luce diferente.

En el colegio algunos compañeros me preguntan porqué eres así e, incluso, algunos se burlan de tu forma de ser. Yo te prometo que te defiendo como puedo, pero sigo sin entender qué les parece tan raro. Al fin y al cabo, yo conozco a muchas personas que no son iguales a las demás por ser muy rubias, muy altas, muy habladoras o muy elegantes. Lo tuyo es ser un poco diferente, pero me cuesta mucho encontrar las palabras para explicárselo a otros niños que parecen no entenderte.

Me alegra haber crecido junto a ti. Porque gracias a eso siempre entiendo lo que quieres, siempre sé lo que estás necesitando y te conozco más que nadie en el mundo (pero no le digas esto a nuestros papás, que podrían ofenderse).

De todos modos, hay algo que me preocupa un poco: y es que he oído a nuestros padres diciendo que me haré cargo de ti cuando seamos grandes. Sabes que te adoro, pero no creo que eso sea justo: ni siquiera sé cómo hacerme cargo de mí mismo y ya están pensando en que me haga cargo de ti. Yo confío mucho en tus capacidades, y creo que debrían enseñarte a ser los más autovalente posible. Tal vez no logres hacer todo, todo, pero mimándote y protegiéndote demsiado no lograrán nada (salvo hacerme sentir muy celoso y apartado).

Bueno hermanito. Aunque no siempre es fácil ser tu hermano, quiero que sepas siempre que a tu lado he ganado mucho más de lo que he perdido,  que me has enseñado sobre el amor y la aceptación incondicional. Y que si hay errores o caídas, son de nuestros queridos papás, no nuestras, porque tú y yo somos y siempre seremos inseparables.

Un gran abrazo,

Te hermano.




martes, 11 de octubre de 2011

Siempre y Nunca: Palabras Que Hacen Daño

Si me dieran a elegir dos palabras para borrar del diccionario, no lo dudaría: serían siempre y nunca.

         ¡Cuánto daño pudieron hacerme esos dos conceptos tan abstractos! ¡Cuánto más fácil hubiese resultado todo si no hubiesen existido en mi mente esas sentencias de muerte y sufrimiento eterno!

         Hoy las declaro muertas para mí: no existen más, no hay más "siempres" ni "nuncas" en mi vida. Hoy las cosas son así, mañana seguramente cambiarán. Quién lo sabe, quién es capaz de adivinar el destino. Por ahora vamos viendo con qué recursos contamos y qué podemos hacer. Mañana simplemente ya veremos. Hoy mi dicho favorito es "Un día a la vez".

         Además de la tristeza y el miedo, además del trabajo arduo y el cansancio de tener trillizos prematuros y con múltiples dificultades de salud, los primeros años de las vidas de mis hijos fueron especialmente desafiantes para mí. Crecí y viví apegada a una estructura, exigente y ansiosa de ver logros concretos, amiga de las certidumbres, del control y lo predecible. La muerte del "siempre" y el "nunca" me obligaron a despojarme de todo, a abrirme a la vida tal como se presenta: sin restricciones, sin preconcepciones, sin tantas ataduras y rigideces. Sólo los más cercanos a mí saben lo duro que fue aprender todo esto. Sólo ellos fueron testigos de lo doloroso que fue cambiar y abrir más grandes mis ojos.

         Hoy sé que mis hijos me pueden sorprender, que nada está dicho ni escrito y que la vida está llena de sorpresas que no puedo predecir.

         Ayer conversaba con una amiga que va a ser mamá primeriza en unas semanas más. Ella intentaba explicarme cuánto ama a su hijo, pero cuánto temor y ansiedad le produce saber que hay alguien frágil que va a depender de ella "para siempre". No sé si fui lo suficientemente convincente, pero le dije que, a pesar de comprender perfectamente su sensación ( ¡y cómo la entiendo!), debe tener en mente que NADA es para siempre, que todo muta, todo cambia, nada de lo que creemos cierto lo es "para siempre", ni lo que nos gusta ni lo que no.

Hace ocho años atrás creí que "nunca" más dormiría, que "nunca" volvería a tener vida social ni podría salir, que "nunca" más trabajaría, conversaría o leería. Creí que "nunca" volvería a viajar.  Creí que "siempre" mis hijos serían dependientes y demandantes, que "siempre" habría alguno de ellos hospitalizado o gravemente enfermo, que sería una especie de madre-esclava, que me había convertido en mamá y nada más, para "siempre".

Si alguien me hubiese convencido de lo contrario, probablemente mi vivencia de la maternidad durante los primeros años hubiese sido radicalmente distinta. Espero haber podido convencer, aunque sea un poquito, a mi amiga. De todos modos, sé que para aprender algunas cosas hay que vivirlas: no basta con que te las digan.

Ayer, mientras conversábamos, veía a mis hijos correr y jugar libremente. Yo sentada tomando un café, ellos inventando juegos de los que no participé. Si una bola de cristal me hubiese mostrado esa escena años atrás, sé que hubiese sido mucho más feliz de lo que fui.



sábado, 8 de octubre de 2011

Lo Que No Te Mata ¿Te Hace Más Fuerte?

Es una frase que los amigos nos dicen cuando estamos en problemas o pasando una crisis: "Lo que no te mata, te hace más fuerte". Y sí, pienso que es una aseveración bastante atinada, pero lamentablemente no para todas las situaciones ni para todas las personas.

Las experiencias traumáticas, dolorosas o tristes nos enseñan algo, pero sólo si sabemos cómo afrontarlas, si tenemos los recursos emocionales, las redes de apoyo y la capacidad para elaborarlas y aprender de ellas. Si nos toca enfrentar una de estas situaciones sin redes de amigos o familiares, sin las herramientas emocionales para aprender y hacerse más fuerte, lo más probable es que nos marquen negativamente y no nos hagamos más fuertes de lo que fuimos.

Lo primero es asumir que estamos frente a una situación difícil. A veces nos cuesta hacerlo: creemos que si negamos lo que está pasando y "le echamos tierra" para taparlo, el tiempo hará lo suyo. Pero no es así: las heridas deben ser vistas y curadas para que no se cronifiquen, por lo que el reconocimiento de que estamos frente a un dolor es el primer paso.

Luego, entregarse a la herida, dejar que duela, llorar si es necesario, "topar fondo" como dicen algunos. No se trata de automartirizarse, pero sí de asumir que para salir adelante fortalecido y habiendo aprendido algo, es necesario, nos guste o no, dejar entrar a la cisis en nuestros corazones. A veces no nos damos el tiempo para hacerlo, a veces tenemos miedo a abrirla porque pensamos que nunca se cerrará y no queremos dejarla sangrar.

Pedir ayuda, buscar compañía de personas que nos nutran y nos contengan también es esencial. Acudir a esos amigos que sabemos que estarán para nosotros sin juzgarnos, a los familiares que nos aman incondicionalmente y, porqué no, a un terapeuta que nos apoye, nos contenga y nos acompañe es otro paso esencial para que el resultado no sea salir más debilitados de lo que llegamos.

Y bueno, también existe algo llamado "fortaleza yoica", que es la fuerza personal para enfrentarse a las dificultades. Hay personas que cuentan con más recursos emocionales que otras, hay algunos capaces de convertir una crisis en una instancia de aprendizaje.Y hay otras que, lamentablemente, quedan más marcados y no tienen naturalmente la capacidad para tomar la energía del dolor y transformarla en energía que aporta, que enseña, que fortalece.

Una madre que recibe la noticia de que se hijo tiene una discapacidad necesita acudir a otros, necesita hacer un duelo por el hijo que imaginó y que no tuvo, requiere dejar que su herida sangre durante un tiempo. Sólo así se hará más fuerte y podrá decir algún día que ha aprendido, que se ha fortalecido y que es, incluso más feliz que antes.

Otra madre que no logra entregarse al dolor, que se encierra en sí misma por un tiempo largo y que no logra ver el regalo que es ese hijo, probablemente saldrá de la experiencia traumatizada y debilitada. Este tipo de situaciones son más comunes de lo que creemos y resultan traumáticas y extremadamente dañinas para todos los involucrados.

Así es que no confiemos en que el tiempo lo cura todo. Claro que es una variable importante, pero también hay cosas que debemos hacer voluntariamente para conseguir fortalecernos. No podemos quedarnos llorando para siempre, pero es necesario hacerlo. No podemos aislarnos del mundo, pero es normal que nos ocurra durante un tiempo.

Afortunadamente, somos seres volitivos y podemos proponernos una meta a partir de una experiencia de dolor.

Nada ocurre a través de la magia. Los procesos de este tipo siempre incluyen frustración y dolor, pero sí, es posible que lo que no te mate te haga más fuerte. Y no sólo eso: puedes convertirte en una mejor persona y sentirte más completa y más realizada gracias a haber permitido al sufrimiento entrar alguna vez en tu vida.

PD: Últimamente mi blog ha recibido muchísimas visitas y pocos comentarios. Blogger está con probelmas. Pero no olviden que mi idea siempre es generar diálogos y discusiones a través de mis posts. Si puedes y quieres comentar, házlo.

jueves, 6 de octubre de 2011

Mi Decálogo Como Terapeuta - Aprendiz



Estudiando la carrera de psicología aprendí mucho, principalmente durante los dos últimos años, en los que se me enseñó la práctica de la psicología clínica infantil.

Sin embargo, mi experiencia como terapeuta de niños, adolescentes y sus familias es la que me ha aportado los mayores conocimientos. 

Aquí les dejo una lista con cosas esenciales que mis pacientes me han enseñado:

- Un niño no puede confiar en un adulto si ha tenido reiteradas experiencias de ser engañado, abandonado, no visto o no escuchado por sus cuidadores. Para que este niño herido llegue a confiar en la incondicionalidad y seguridad del vínculo terapéutico, se requiere tiempo, consistencia y mucha paciencia. 

- Los padres siempre, o casi siempre, han hecho lo mejor que han podido en la crianza de sus hijos. Muchas veces se han equivocado, pero no podemos juzgarlos por eso. Son sus herramientas y recursos personales los que les han permitido ser los padres que han sido. Quitar los sentimientos de culpa de en medio es la primera etapa para poder trabajar con cuidadores confiados en su capacidad para cambiar.

- El lenguaje muchas veces es engañoso en el trabajo con niños. Ellos han aprendido a decir lo que saben que los adultos quieren escuchar. El juego es el mejor modo de llegar a sus corazones y a ayudarlos a resolver conflictos. A través del juego y el dibujo podemos conocer mucho más de ellos que preguntando e instigándolos a responder.

- Muchos niños tienen su propio motivo de consulta, que no siempre coincide con el de sus cuidadores. Los padres pueden consultar por problemas conductuales, por ejemplo, y después de un tiempo el terapeuta logra comprender que el niño se comporta así porque se siente abandonado o ignorado. Ambos motivos de consulta son igualmente relevantes y deben ser atendidos durante la terapia.

- A los padres muchas veces nos es muy difícil escuchar que nuestro hijo está sufriendo. Sentimos que estamos siendo cuestionados en nuestro rol y que el síntoma del niño es un fracaso nuestro. Con ellos también se requiere paciencia, constancia y comprensión. Necesitamos que comprendan que no viene a ser enjuiciados, sino a ser ayudados, algo no muy común en la sociedad en que vivimos.

- La reparación existe. Un niño que ha sido dañado no necesariamente va a llevar marcas que dificulten su vida para siempre. Pero para lograr reparar se requiere no sólo de un terapeuta y un niño, sino también de un entorno capaz de modificarse y llevar a cabo tareas relacionadas con la sanación.

- No existen los padres perfectos. Muchos intentan aparentar que lo son en los primeros minutos del primer encuentro con el terapeuta. Sin embargo, un terapeuta comprensivo y deprejuiciado logrará que los cuidadores expresen sus frustraciones y dificultades en una tarea tan grande y difícil como es la crianza de los hijos.

- No hay curación si el terapeuta ve al niño como un ente aislado de su entorno. Creer que trabajar con menores excluye a sus seres más significativos es un error que lleva invariablemente al fracaso de la terapia.

 - Muchos niños tienen más consciencia de lo que les está ocurriendo de lo que aparentan. A veces no quieren hablar de ello o no saben cómo hacerlo, pero eso no significa que no sepan qué sienten y qué provoca el malestar que están sintiendo.

-  Ser terapeuta es un trabajo de joyería. Todo detalle, todo gesto, todo silencio y toda palabra tiene un sentido en terapia. Nada ocurre porque sí. Y saber darles un significado a los detalles que conforman el todo es lo que hace la diferencia entre un buen y un mal terapeuta.

Ser terapeuta es un trabajo que amo. Muchas veces resulta gratificante y muy enriquecedor. Otras veces hay frustraciones y sensación de estancamiento. Pero al final del día, tiene tanto sentido haber dedicado mi tiempo a intentar hacer más feliz a un niño y su familia, que siempre vale la pena cualquier esfuerzo puesto en ello.

martes, 4 de octubre de 2011

Mi Decálogo Como Mamá - Aprendiz


Para nadie que haya sido madre o padre es un secreto que los hijos nos enseñan lecciones, a veces mucho más esenciales e importantes que las que nosotros mismos nos empeñamos en traspasarles a ellos.

Aquí va una lista con algunas de las cosas que he aprendido gracias a mis tres pollos:

- No hay límites en la vida, para nadie ni para nada. Ponerle límites o un techo a un niño sólo porque los pronósticos de los doctores son malos, es un error muy grande. Creer en alguien es lo que lo hace cada vez más y más grande. 

- Los milagros sí existen. Lo que ocurre es que los grandes no podemos creer en ellos y aplastamos la oportunidad de que ocurran. Los niños sí que saben abrirles la puerta para hacerlos entrar y permitir que se hagan realidad.

- Soñar es gratis y gratificante. ¿Acaso importa si Disney está muy lejos y el pasaje en avión es muy caro para llegar hasta allá? No! Si quiero ir a Disney, puedo soñar con aquello todo lo que quiera hasta que un día, si lo deseo mucho, sucederá. 

- Es extraño que las cosas tengan que pagarse. Todos debiéramos tener comida y un buen colegio para estudiar y aprender. ¡Si hasta el agua se paga! ¿Cómo es posible eso? Es realmente extraño.

- Escuchar a nuestro cuerpo es lo más natural del mundo. Si éste me está diciendo que está cansado, tiene sueño, hambre o necesita ejercicio ¿porqué debo obligarlo a estar quieto y sentado durante horas hasta que otra persona decida lo contrario? Nuestro cuerpo nos habla de nosotros mismos, y somos los adultos los que les enseñamos a los niños a dejar de escucharlo.

- El amor es realmente incondicional. No importa si la mamá se ha enojado y ha levantado la voz, si decidió que el niño durmiera cuando quería jugar, si lo obliga a lavar sus dientes o llegó cansada del trabajo. Un niño SIEMPRE la va a querer y va a opinar que es la mujer más linda del mundo.

- Para ser feliz se necesitan muy pocas cosas, pero vínculos muy cercanos y amorosos. No importa si el juguete es viejo o pasado de moda si el amigo con el que el niño va a usarlo es divertido y lo hace sentir bien.

- Nunca es un mal momento para aprender. Casi todo se aprende viviendo y preguntando más que sentado en una sala de clases escuchando a una profesora que a veces habla de cosas que no tienen mucho sentido en la vida de un niño.

- Lo único que existe es el hoy. Por eso es que tomar un helado, saltar, correr y jugar es algo que hay que hacer ahora mismo, no mañana.

- El que otro sea diferente es completamente natural. A veces los padres hablan del "gordo", el "enano" o el "discapacitado". Antes de escucharlos hablar así, nunca se le ocurriría a un niño discriminar a otra persona simplemente porque no es igual a él.

Y podría seguir... Pero éste es sólo un decálogo, y como buena adulta, me he puesto un límite.

Ojalá tuviéramos la capacidad de escuchar más a nuestros hijos y seguir el ejemplo de lo que nos enseñan. Probablemente, seríamos mucho más felices de lo que somos.


lunes, 3 de octubre de 2011

¿Conciliación?



Bueno, es cierto que mi caso es "especial" por decir lo menos. Primero, porque al momento de embarazarme no tenía un contrato formal en mi trabajo (llevaba sólo 2 meses trabajando en el área de la psicología laboral). En segundo lugar, porque tuve un embarazo complicadísimo y luego, porque mis hijos son trillizos, nacieron prematuros y necesitaron cuidados especiales durante mucho tiempo.

Así que tenían 2 años y 3 meses cuando recién pude volver a acercarme tímidamente al mundo laboral. Lo bueno de mi trabajo es que las cosas se pueden hacer tímidamente. No necesito elegir entre media jornada, jornada completa o nada. Puedo tener sólo uno o dos pacientes, lo que me permitió entrar paulatinamente al mundo del trabajo. Lo malo es que, dadas las condiciones (mis hijos no podían ir a una sala cuna porque dos de ellos eran asmáticos, y yo sentía que para una persona sola era mucha carga cuidar a tres, por lo que tenía ayuda, pero intentaba estar yo también) nunca llegaba el momento de ser un verdadero aporte económico para la familia. El dinero que ganaba se iba en pagarle a la cuidadora... Pero yo sentía que igualmente me hacía bien emocionalmente ausentarme unas horas para realizarme también profesionalmente, no sólo como madre.

Luego, con la entrada al jardín infantil (cerca de los 3 años) y más tarde al colegio, he sentido que tengo la oportunidad de explotar mi lado profesional. Sin embargo, aquí hay otro pero: soy Psicóloga Infantil, mi trabajo se realiza en las tardes, mientras mis hijos están en la casa.

Y, al menos en Chile, los colegios actúan como si supusieran que siempre hay una madre disponible para hacer las tareas o a estudiar con sus hijos. Les mandan a hacer cosas imposibles de hacer sin ayuda (por ejemplo, preparar una disertación con imágenes e información obtenida de internet a los 4 años de edad!). Los disfraces también son un tema. Siempre que hay un aniversario o una fiesta escolar me pregunto en qué estarán pensando las profesoras. No hay mamá trabajadora que pueda elaborar disfraces tan complejos como los que solicitan.

Y el tema más importante de todos: mientras he estado llena de pacientes y me he ausentado demasiadas tardes de mi casa, he sentido una culpa tremenda, y una sensación de ser irremplazable, aunque mi madre, el padre de mis hijos o la persona que contraté para ayudarme estén aquí. ¡Quiero estar! No siempre, pero quiero estar. Quiero enterarme de las cosas que les ocurren, de sus preocupaciones, sus alegrías y sus pequeños logros. No quiero que otro sea el que se lleve la alegría de disfrutar el día a día de mis hijos.

Gracias a que puedo trabajar por horas, he logrado conciliar maternidad y trabajo. Hago ambas cosas que amo y me siento realizada. Sin embargo, persiste el problema económico: pocas horas = poco dinero. Si quiero aportar una cantidad de dinero más grande, debo ausentarme más, y no es lo que quiero.

En fin, que después de casi 9 años que tienen mis hijos, el tema sigue siendo un dilema que, aparentemente, está solucionado, pero, en realidad, no lo está del todo.

Al menos puedo decir que se está aprobando en mi país la ley de post natal de seis meses (antes eran menos de tres), por lo que el tema está puesto sobre la mesa, las autoridades saben de nuestro conflicto y hacen esfuerzos por ayudar a darle solución. Pero aun estamos lejos, muy lejos.

Simplemente, es imposible desdoblarse. Y como dijo alguien por ahí: tener hijos es tener pequeños pedazos de ti andando por el mundo. Mientras trabajo, esos pedazos míos me necesitan a veces, y yo no siempre puedo estar.

domingo, 2 de octubre de 2011

Una Historia de Amor y Discapacidad

Hoy llevé a mis hijos al cine a ver Winter el Delfín. Es una historia basada en hechos reales acerca de un delfín que pierde su cola a causa de unas redes de pescadores, y el amor que se genera entre él y un niño que, junto con un grupo de científicos, ponen todo de su parte para lograr rehabilitarlo.




Lo maravilloso que tiene es que no se trata de una historia de altruismo o lástima, sino de verdadero amor. Además, en ella aparecen personajes humanos con dicapacidad que logran recuperar la fe y la alegría de vivir gracias al ejemplo de Winter y su amigo.

No quiero decir más. Solamente que me conmovió y llegó al corazón de mis hijos. 100% recomendable. A partir de ella se pueden generar enriquecedoras conversaciones acerca del amor, la empatía, el valor a la vida, la discapacidad y la amistad.

Sólo en cines ;)


Winter antes de tener su prótesis.


El equipo de humanos que se enamora de Winter y se propone salvar su vida, cueste lo que cueste.