lunes, 14 de mayo de 2012

Realidad y Juego

Lo que voy a contarles hoy parece directamente sacado de un libro de psicología infantil. Ni yo misma, que trabajo hace años como terapeuta de niños, puedo creérmelo. Tal vez por eso es que saqué fotos  y hablé con mi hija para obtener su autorización antes de ponerme a redactar este post.

Antonia tiene un don que no heredó de mí, y podría decirse (perdón si con esto ofendo a alguien) que tampoco lo sacó de su padre. Es una talento innato y que surge sin que nadie lo fuerce: la creatividad. Sin ir más lejos, ayer, en el día de la madre, recibí de regalo de mi hija una "novela" de más de 100 páginas escrita e ilustrada completamente por ella. Maravillosa, ingeniosa, divertida y muy bien construida. ¿Se nota que me siento orgullosa de la hija que la vida me regaló?

Pero hoy hablaré de algo que, tratado en teoría parece obvio, casi un lugar común, no sólo entre profesionales del área de la salud mental, sino entre todos quienes tratamos con  niños.

Sabemos que el juego, el dibujo y toda actividad creativa ayuda a los niños a elaborar la realidad, a contarse su propia historia, a darle un significado a los hechos, a las vivencias y a integrarlas en el relato de la propia historia y, finalmente, de la identidad.

Bien, mi hija, que ya es "grande" y no suele jugar con muñecas, rescató ayer a Taqui, la muñeca favorita de sus primeros años, la que durmió con ella y compartió sus aventuras, la que siempre parecía más linda que las demás, aun cuando la mirada objetiva nos decía que había otras más agraciadas que ella. Taqui siempre fue la más querida de todas.

Sin dar muchas explicaciones, Antonia entró a mi pieza y me pidió prestados algunos cables de esos que hay en todas las casas y están en desuso, esos cables que ya ni recuerdas para qué sirven pero están guardados "por si acaso". Sin pensarlo ni darle importancia se los presté y seguí enfrascada en aquello que acaparaba en ese momento mi atención.

La sorpresa vino cuando subí al dormitorio de Antonia: estaba jugando a "la prematurez". Tenía a su muñeca Taqui en una "incubadora" llena de los cables que me había pedido prestados. El juego consistía en hablar acerca de lo que ella, como madre, sentía frente a la situación de tener a su hija en la Unidad de Neonatología, de lo que la propia Taqui vivenciaba dentro de la incubadora, y de las acciones que la mamá podía hacer para minimizar la situación de aislamiento y dolor en que la muñeca se encontraba. Antonia visitaba a Taqui, la acariciaba, la acompañaba. Antonia era yo y Taquí era ella 9 años atrás.






Sé que a muchos esta historia de una niña de 9 años jugando a la "prematurez" de manera tan cruda puede  resultarles fuerte. A mí también me lo parece. Sin embargo, más que lo trágico de la situación veo el despliegue maravilloso que hace mi hija para construir un relato de su propia historia, para matizarla (porque en el juego había sufrimiento, pero también mucho, mucho amor y esperanza), en fin, para hacer de lo vivido una parte de su identidad gracias a que a través de la actividad lúdica elabora e integra las vivencias de sus primeros meses de vida.

Esto es lo maravilloso que tiene el juego infantil: el "como si" permite hablar de asuntos dolorosos y difíciles sin verse amenazado. ¿Porqué? Porque sólo es un juego, no es la realidad misma, y como juego que es, puede manipularse, cambiar su rumbo o detenerse en caso que la angustia sobrepase al placer de la actividad. Cuando juego no estoy sufriendo, estoy haciendo "como si" sufriera. Por lo tanto, si me es difícil de tolerar, me detengo, cambio el rumbo de la historia o utilizo mecanismos defensivos que en la realidad no son eficientes. He ahí la riqueza e importancia de jugar.

Permitir y propiciar que nuestros hijos jueguen es esencial. Pero hay un momento para todo. ¿Cómo podría yo haber adivinado que a los 9 años mi niña se sentiría preparada para elaborar las experiencias vividas durante sus primeros meses de vida? Imposible. Ella lo hizo a su ritmo y en el momento preciso, cuando sintió que ya podía y necesitaba darle cabida a su prematurez en el relato de propia historia. Lo hizo a su modo y de la manera que para ella adquiría sentido. Y yo soy una mera espectadora, una que no deja de admirarse de la sabiduría infinita de nuestros niños.

¿Cómo no voy a amar ser madre? ¿Cómo no voy a apasionarme con el trabajo que he elegido? ¡Que afortunada soy!


viernes, 4 de mayo de 2012

Caerse y Cambiar

Aquí estoy de nuevo, después de 5 días de cama debido a una bacteria que se alojó en algún lugar de mi cuerpo. Fue estrés y nada más que estrés, de eso estoy segura.

Me levanté completamente repuesta, como si hubiese pasado un mes en el caribe tomando sol, como si me hubiese ido por semanas a algún lugar recóndito a descansar. Es increíble cómo 5 días de enfermedad pueden ayudar. Sé que puede sonar exagerado, pero pretendo que estos días sean un hito, que exista un antes y un después en mi vida después de este episodio.

En terapia psicológica nada cambia si no ocurren cosas. Me refiero a que para lograr los deseados cambios, las personas deben, necesariamente, pasar por alguna crisis, algo que las remueva, algo que introduzca novedad. Puede ser un "darse cuenta", un "moverse" de lugar dentro de una relación, un remecerse. Nada  se modifica si no hay movimiento, y en ocasiones, el movimiento no es necesariamente uno agradable.

Y yo pretendo seriamente que el haberme enfermado sea esa crisis que me hacía falta para generar cambios.

Gracias a vuestros comentarios pude corroborar lo que ya imaginaba: no somos pocas las mujeres que, en el intento por conciliar diversos roles, forzamos nuestras almas y cuerpos hasta niveles que nos resultan insoportables. No tengo respuestas sociológicas para explicar el fenómeno, sólo sé que muchas madres sentimos que tenemos más obligaciones de las que somos capaces de sobrellevar. 

Personalmente, me he propuesto seriamente modificar algunas cosas. No puedo ni quiero abandonar ninguno de mis roles, pero sé que he pecado de exceso de control. Tengo esa necesidad típica femenina de creer que se debe estar en todas partes "porque nadie lo haría como lo hago yo".

Bien, ya me deja de importar que otros lo hagan de otra manera, simplemente necesito más ayuda para cumplir con todo, y estoy absolutamente convencida de que ha llegado el momento de soltar un poco las riendas.

Me gustó ver que mis hijos estuvieron bien cuidados y contentos durante los días que estuve con fiebre. Me encantó ver que pueden preparar solos su ropa para ir a alojar a otras casas y que son perfectamente capaces de hacer muchas cosas que yo solía hacer por ellos por costumbre, por sobreprotección, casi por inercia.

Así es que estos 5 días en cama han sido muy útiles: me permitieron descansar y retomar fuerzas como nunca en estos 9 años de maternidad, y me ayudaron a ver que el mundo sigue girando sin mí, lo que me permite dar un paso atrás y permitir que las cosas fluyan de mejor manera sin que yo deba estar en todo.

Estoy descansada, tranquila y contenta :-)



domingo, 29 de abril de 2012

Maternidad y ¿¿¿ Descanso???

Soy una convencida de lo sabio que es nuestro cuerpo. Y esta vez, como tantas otras, me demuestra que debo intentar escucharlo y darle cabida a sus señales, por difícil que me resulte.

No sé si lo han notado, pero ya no tengo el tiempo que tenía antes para escribir en mi blog. Ni para eso ni para casi ninguna de las cosas que me encanta hacer. Sólo hay tiempo para el trabajo, los estudios y mis hijos. Y claramente, para ellos tampoco está alcanzando.

Hace días venía advirtiendo que el cansancio estaba terminando con mi energía. De hecho, me levantaba con los ojos hinchados a pesar de haber dormido lo suficiente. No por nada dejé en mi último post un poema titulado "No Te Rindas"...

El martes en la tarde mi cuerpo dejó entrar una jaqueca que se instaló en él durante más de 36 horas. Fue la jaqueca más fuerte que recuerdo haber tenido. El jueves me levanté e intenté volver a la "normalidad" (¿es normal vivir agotada?) pero mi cuerpo dejó entrar a una bacteria. Resultado: estoy en cama desde hace más de 48 horas, terminé en la clínica haciéndome un montón de exámenes y ahora tomo antibióticos. La fiebre aún no baja, por lo que no he podido cuidar a mis hijos, lo que me ha obligado a pedir ayuda a su padre y mi madre, quienes han sido muy comprensivos y me han reemplazado al 100% en mis tareas de mamá.

He estado muy tranquila. He dormido como hace tiempo no lo hacía. Ni siquiera he estado de ánimo para sentarme frente a un computador, lo que ha significado que esta enfermedad se encarnara en una especie de desintoxicación completa.

Lo que no me gusta es que yo misma comenté con alguien el jueves por la mañana que me sentía tan sobrepasada que temía enfermarme. ¡Soy capaz de ver mi necesidad de tiempo, ocio, intimidad, descanso y no puedo atender a ella!

Hoy me hago el firme propósito de cambiar algunas cosas. Necesito urgente sacarme de encima algunas responsabilidades. Y ahora que mi cuerpo ha hablado más claramente que mi boca, me comprometo conmigo a hacer importante modificaciones.

No me gustaría que este tema se torne más serio y decir: "Yo lo sabía y no hice nada". Por eso lo dejo aquí, escrito. A ver si el compromiso con quienes me leen le da fuerzas al que hago conmigo.

¿Les ha pasado algo parecido a uds.? Me imagino que más de alguna madre sobrepasada se sentirá identificada con mi relato. Sería bueno que este espacio en mi blog diera paso a contar nuestras experiencias y darnos mutuamente ideas para poder descansar y mantenernos sanas...

Yo, por ahora, me quedo aquí, descansando por enfermedad y esperando vuestros comentarios.




domingo, 22 de abril de 2012

No Te Rindas (Poema)

Hay días en que el cansancio y las dificultades parecen demasiadas. En días como éste me gusta leer mi poema  preferido...





No te Rindas


No te rindas, aun estás a tiempo
de alcanzar y comenzar de nuevo,
aceptar tus sombras, enterrar tus miedos,
liberar el lastre, retomar el vuelo.

No te rindas que la vida es eso,
continuar el viaje,
perseguir tus sueños,
destrabar el tiempo,
correr los escombros y destapar el cielo.

No te rindas, por favor no cedas,
aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se esconda y se calle el viento,
aun hay fuego en tu alma,
aun hay vida en tus sueños,
porque la vida es tuya y tuyo también el deseo,
porque lo has querido y porque te quiero.

Porque existe el vino y el amor, es cierto,
porque no hay heridas que no cure el tiempo,
abrir las puertas, quitar los cerrojos,
abandonar las murallas que te protegieron.

Vivir la vida y aceptar el reto,
recuperar la risa, ensayar el canto,
bajar la guardia y extender las manos,
desplegar las alas e intentar de nuevo,
celebrar la vida y retomar los cielos.

No te rindas, por favor no cedas,
aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se ponga y se calle el viento,
aun hay fuego en tu alma,
aun hay vida en tus sueños,
porque cada día es un comienzo,
porque ésta es la hora y el mejor momento,
porque no estás sola,
porque yo te quiero.

Mario Benedetti.


lunes, 16 de abril de 2012

Maternidad Múltiple: Aprendiendo a Pedir y Recibir Ayuda

Creo que entre todas las imágenes idealizadas de la maternidad que rondaban por mi cabeza antes de ser madre, una de las que más me gustaba era la de mi hijo colgando de mí como un monito. Imaginaba que pasaría días pegada a él, que le daría pecho y estaríamos muy juntos el uno al otro durante sus primeros meses. No había en mis planes ninguna intención de compartir a este hijo con nadie. Nuestro vínculo sería fuerte, muy fuerte, y nadie, salvo el padre en algunas ocasiones, cuidaría de él más que yo.

Salí de la clínica con tres "monitos" delicados de salud y muy demandantes. Tuve la suerte de poder contratar a una auxiliar de enfermería durante los primeros tres meses y compartir con ella las mudas, las tomas, los baños, los cambios de ropa y los etcéteras. Luego de la enfermera vino mi madre, quien estuvo conmigo todo lo que pudo. Y el papá de mis hijos también tuvo que compartir las noches en vela y el cansancio. No hubo otra forma de llevar a cabo una empresa tan grande como la de cuidar a nuestros tres hijos.

Recuerdo un día en que una amiga llamó para decir que vendría a visitarnos. Apenas cruzó la puerta de mi casa, la llevé al baño, le pedí que se lavara las manos y le entregué a uno de mis hijos. Ella me miró impresionada: "¡Yo nunca dejaba que otros tomaran a mis hijos cuando eran tan chiquititos!" exclamó. 

Es que cuando se es madre múltiple hay muchas ideas que dejan de ser posibles. Todo se transforma, desde lo material hasta lo más profundo, por la llegada de múltiples "monitos" a la vida de una familia.

Ser mamá de trillizos me hizo ser más humilde. Era tan claro que yo no podía con todo, que aprendí a aceptar la ayuda que se me ofrecía (que no era poca) y luego, a pedirla en caso de sentirme sobrepasada.

Hoy todavía pido ayuda. A veces no tengo con quién dejar a mis hijos cuando me surge un imprevisto. Otras veces simplemente no me siento emocionalmente capacitada para responder tantas preguntas, oír tantos relatos, dar tantas instrucciones y estar en tantos lugares a la vez. En esas oportunidades también pido asistencia. Y ya no me cuesta nada hacerlo. 

Ya no creo que mis hijos sean míos ni que lo hayan sido alguna vez. Ya no pienso que llevarlos siempre pegados, colechar, dar pecho exclusivo o traerlos colgando como "monitos" sea una condición necesaria para criar niños sanos y felices. Los míos tienen sus cosas, pero, en general, podría decir que los veo bastante seguros de mi amor, el de su padre, su abuela, sus tíos y todos quienes contribuyeron cuando yo lo necesité.

Mis niños no perdieron a su madre por haber sido múltiples. Me tuvieron ahí con ellos y ganaron muchos otros significativos a quienes recurren muchas veces sin necesidad de pasar por mí. El mundo se les hizo más grande gracias a que me vi obligada a compartirlos.

De toda experiencia se puede sacar algo bueno ¿no?



Cristóbal, Pedro y Antonia con 3 meses de vida. Esta foto fue tomada una mañana luego que entre su padre y yo dormimos 45 minutos en total, sumando sus minutos y los míos.

sábado, 14 de abril de 2012

Cambiar

Antes de embarazarme me encontraba en una etapa de la vida muy especial. Estaba recién casada, haciendo mi tesis para titularme de Psicóloga y sometida al estrés de los tratamientos de infertilidad. Era muy joven, tenía el mundo por delante y sabía que mis posibilidades eran millones. Sentía que la vida se abría ante mí: podía elegir entre muchas alternativas.

En esa época hice un curso de bonsai, y, como casi en todo lo que emprendo, me obsesioné un poco. Leía todos los libros que caían en mis manos sobre técnicas para hacer bonsais (tengo muchísimos), compré herramientas, materiales, leí revistas, fui a las pocas tiendas que en esa época existían en Santiago y llené mi departamento (su terraza) de mis preciosas creaciones. La verdad es que el tema es fascinante. Cada bonsai es un mundo en sí mismo, con su estilo, sus necesidades y su ritmo de crecimiento particulares. Dedicarse a los bonsais requiere de una rigurosidad y una paciencia enormes, pero la satisfacción de ir notando cada nuevo brote de tu "hijo" es tan grande que vale la pena.

Me embaracé y todo cambió. Hemorragias, amenazas de aborto y de muerte de uno de mis hijos nonatos, reposo relativo (que yo convertí en absoluto por miedo), temor al futuro inmediato (¿Volveré a sangrar hoy?) y al más lejano (¿Cómo me las arreglaré para sobrevivir a la muerte de un hijo y salir adelante con otros dos? ¿Y las secuelas de la prematurez? ¿Y mi relación matrimonial? ¿Y yo? ¿Qué ocurrirá con mi vida?), todo eso me hizo dejar botado mi pasatiempo. Mis bonsais murieron de sed, así de simple: no volvieron a ser cuidados ni alimentados nunca más.

Y mi mundo se estrechó. Mis alternativas se redujeron a unas pocas. ¿Viajes? ¿Post grados? ¿Amistades? ¿Nuevos negocios? ¿Trabajar? ¿Dormir? ¿Comprar algo para mí? ¿Tener vida de pareja? ¿Salir a caminar? ¿Comer sentada frente a un plato? ¿Seguir una serie de televisión? ¿Conversar con una amiga?. Hubo tantas cosas que salieron de mi abanico de alternativas... Los bonsais fueron los primeros. Después fueron saliendo otros aspectos de la vida hasta verme reducida a madre y nada más que madre.

Fui madre sufriente, madre agotada, madre orgullosísima, madre temerosa, madre satisfecha, madre valiente, madre contenedora, madre equivocada, madre estimulante, madre feliz, madre cariñosa, madre dubitativa, madre frustrada, madre sobrepasada, madre sabia, madre culposa, madre sola, madre realizada... Fui casi todas las madres.

Han pasado 10 años desde el día en que mi test de embarazo dio positivo, y algunos tantos desde que comencé a intentar ser Natalia. Natalia que es madre, mujer, amiga, pareja, compañera de fiestas, estudiante, Psicóloga, hermana, hija... Natalia.

Y no ha sido fácil. 

Al principio no sabía cómo empezar.¿Por dónde se comienza a recuperar algo que se perdió y se olvidó? Luego tuve algunas ideas, pero yo misma parecía tan acostumbrada a mi rol de madre que me resistía inconscientemente a cambiar. De a poco, fueron surgiendo algunos esbozos del ser humano que se escondió tras la madre. Y hoy me encuentro en pleno proceso de cambio. Un cambio no tan satisfactorio como imaginé, más difícil, pero tan necesario como volver a respirar después de permanecer largo tiempo bajo el agua.

Siempre, cada año, pienso que sería lindo volver a hacer un bonsai. Sólo uno, no quiero ser tan ambiciosa y creer que tendré tiempo para llenar mi casa de ellos. Y cada año lo dejo para el siguiente. Parece que no estoy preparada, que mis hijos no lo están, y se me pasa agosto (el mes para convertir un arbolito en un futuro bonsai) sin haberlo hecho.

Me huele que este agosto sí lo haré. He cambiado muchas cosas. He logrado hacer renacer a la Natalia en muchos aspectos. Esta Natalia merece y está lista para un nuevo bonsai.

Nunca dejaré de ser madre. Nunca dejaré de respirar por y para mis hijos. Jamás me arrepentiré de haber vivido esos años tan intensos en que fui madre y nada más. Pero ¡qué bien les hace a los hijos que su mamá sea capaz de mirarse a sí misma y satisfacer también sus propias necesidades! Si hubiesen visto sus caritas el otro día cuando les conté algunos detalles de mi postítulo: mis profesores, mis compañeros, las evaluaciones, etc, lo entenderían. Ellos necesitan una madre-persona, no una madre-madre. 

Y yo necesito un bonsai. Este agosto sí que lo haré nacer.

domingo, 8 de abril de 2012

Esa Fragilidad Tuya Que Me Asusta

Hoy fue un día de guardar. Dos de mis hijos están enfermos, por lo que tuvimos que quedarnos todo el día en la casa sin nada más que hacer que compartir la cama grande, comer huevitos de Pascua y conversar.

Nos visitó mi madre. Con ella estuvimos hablando los niños y yo acerca de esos errores que cometemos las mamás con nuestros hijos. Esas frases sueltas que a veces tiramos al aire sin pensar bien en lo que estamos diciendo y que, sin proponérnoslo, pueden marcar o herir a nuestros hijos.

Recuerdo la sensación que tuve durante los primeros meses de vida de mis niños. Recuerdo esa fascinación mezclada con un temor inmenso frente a la fragilidad de esos cuerpos tan, pero tan pequeños. Tres, no uno, sino tres niños prematuros bajo mi techo y mi responsabilidad. El miedo a equivocarme, a que ocurriera con ellos algo alarmante y no darme cuenta, a pecar de negligencia por dejar pasar alguna señal... Recuerdo como un momento de iluminación el día en que me dí cuenta casi de casualidad que mi hija de 3 meses tenía unas décimas de fiebre... Estaba gravemente afectada por una septicemia que no tuvo otro síntoma más que esas décimas de temperatura. ¡Qué frágil eran esas vidas en mis manos!

Hoy ya no tengo esos temores acerca de sus cuerpos. Pero sí de sus almas. De pronto la vida se vuelve vertiginosamente acelerada entre el trabajo, los estudios propios, los de los hijos, la organización de la casa y tantas otras cosas. Y no siempre tengo la consciencia de que todo lo que digo y hago puede marcar a mi hijos.

Entre risas y espanto, recordábamos hoy algunas frases o actos desafortunados de mis madre durante mi infancia. Esas cosas que las mamás decimos sin pensar pero que los hijos toman en serio y no olvidan jamás. Y mis niños, quienes escuchaban atentos, recordaron también frases tiradas al vuelo por mí en momentos de cansancio, enojo, apuro o distracción.

Narraban sus vivencias como marcadoras. Recordaban lo que sintieron la vez que los amenacé con alguna estupidez porque ya no podía más de enojo. Guardaban en sus corazones algunos recuerdos amargos de momentos en los que perdí la paciencia y el criterio perdió frente a las ganas de mandar a todos y a todo muy lejos.

Me asusta.

Sé que todos, incluso las madres, nos equivocamos, podemos pedir perdón y enmendar lo que hicimos (o dejamos de hacer). Pero la consciencia de tener entre mis manos una parte importante de la salud mental de mis tres hijos me produce temor.

No soy perfecta. No puedo serlo. Estoy tan cansada y sobrepasada a veces que no puedo actuar con la mesura y sabiduría que quisiera.

Si sólo pudieran estos hijos míos entender eso sería todo un poco más fácil. Si no esperaran tanto de mí, si me bajasen del pedestal y comprendieran que soy un ser humano y nada más que un ser humano... (En teoría, claro que lo saben, se los he explicado mil veces, pero todavía actúan como si estuvieran frente a un ser todopoderoso que tiene solución a los problemas, que todo lo sabe y que nunca se cae.)

Supongo (y éste es mi consuelo) que cuando llegue el momento de evaluar la clase de madre que tuvieron durante sus primeros años comprenderán que el esfuerzo puesto en esta tarea no ha sido menor, que el deseo de hacerlo lo mejor posible ha sido gigante y que, al final del día, siempre sé que no fui la madre que idealicé antes de serlo, pero que dejé la vida en intentar acercarme a ello. Al menos eso es lo que siento yo por mi mamá.




jueves, 5 de abril de 2012

Esa Persona Que Creyó En Ti

Mi querido Pedro:

Naciste desafiando los pronósticos de todos quienes te dimos por muerto antes de verte la carita por primera vez. Pesaste poco más de un kilo, pero eso no te impidió sortear cada uno de obstáculos que se te pusieron por delante. ¿Sabías que te sacaste solo el tubo de oxígeno? No necesitabas más ayuda del ventilador mecánico, pero como los doctores parecían no darse cuenta de ello, decidiste quitarlo con tus propias manos.

Fuiste creciendo y te convertiste en esa guagua que a los 8 meses tenía una mirada tan profunda que se podían adivinar sus pensamientos, su sentido del humor, la intensidad con que vivía todo, esas ganas de vivir cada día como si fuera el único.

Eras tan risueño como nervioso. Tan alegre y conversador como asustadizo y ansioso. El mundo te pareció siempre en lugar fascinante pero amenazante. Y a medida que te fuiste convirtiendo en niño, quienes te queríamos ver crecer feliz, te veíamos muchas veces asustado, sobrepasado por la angustia, temeroso de enfrentar experiencias y relaciones novedosas.

Tengo que asumir que muchas veces yo me contagiaba. Quería hacer por ti lo que fuera: devolverte a mi útero y guardarte ahí, calientito, para que no siguieras teniendo miedo. Sabía lo capaz que eras, sabía de esa inteligencia y capacidad de análisis superior a lo "normal", pero me daba cuenta que el mundo parecía quedarte grande en lo emocional. Me angustiaba tanto o más que tú.

Le tenías miedo a la bibliotecaria de tu colegio, a la profesora de educación física, a todos quienes se acercaban a ti bruscamente sin ganarse antes tu confianza. Tenías pesadillas con el "Señor Malas Pulgas", con el payaso Ronnald Mcdonnald, con el elefante Jumbito. Tenías tanta, tanta angustia que yo me sentí miles de veces sobrepasada. ¿Qué hacer para ayudarte a desarrollar ese maravilloso potencial que tenías? ¿Qué hacer para convertirte en el niño feliz que querías y no podías ser?

Hasta que apareció ella y confió en ti. No creo que haya tenido más de 25 ó 26 años. Creo que su experiencia laboral no era mucha. Pero irrumpió en nuestras vidas con esa alegría, con esa energía, con esa paz y esa confianza que tanto necesitábamos. Fue tu profesora durante 3 años e hizo lo que ninguno de los que te amábamos tanto pudimos hacer por ti: tenerte una fe y una confianza a toda prueba.

Ella no tuvo miedo de tus miedos, no se contagió de tus angustias. Ella vio al niño precioso que habitaba detrás de tanta inseguridad y te ayudó a florecer. ¿Te acuerdas de sus clases de yoga? ¿Te acuerdas de los tratos que hacías con ella? ¿Te acuerdas de la fuerza con que tomaba tu mano cada vez que tocaba ir a la biblioteca y enfrentar a la mujer que te daba miedo porque su voz era ronca?

Francisca, tu profesora, creyó en ti. Y nunca sabrá, nunca llegará a dimensionar, cuánto le agradezco haberme contagiado su confianza. Ella sabía que tenías miedo y lo dejaba fluir, pero ver tus temores no le impedía seguir viendo todo el tiempo al niño enorme que vivía dentro de ti. Ella se preocupaba cuando no avanzabas, pero eso no la llevó jamás a bajar los brazos por su querido Pedrito.

Era muy joven, no tenía hijos, pero me enseñó mucho de lo que es ser mamá, de lo que es ser TU mamá. Me mostró cómo se hace para no dejarse invadir o contagiar por tu ansiedad. Me hizo ver cómo su confianza en ti se iba haciendo tuya paso a paso, día tras días.

Se fue de tu colegio para emprender nuevos desafíos laborales. La despedimos con un gran abrazo y le dijimos lo mucho que nos gustó conocerla. Pero nunca le dije (no sabía cómo hacerlo) que no sólo había sido tu profesora, sino más bien, nuestra maestra.

Te dejó listo para cursar 1° básico, para hacer amigos por primera vez, para dejar esa actitud rígida de portarse siempre bien, para flexibilizar y tolerar sacarte una mala nota de vez en cuando, para cambiar de amigo si el que tenías antes ya no estaba, para resolver pequeños problemas tanto dentro como fuera del colegio, para encontrar la autoregulación y el autoconsuelo cuando algo no resultaba como estaba presupuestado, para creer en ti mismo, para ser el Pedro feliz que siempre debiste ser.

Creo que ni ella ni tú lo saben. Ella porque está acostumbrada a ir por la vida regalando luz. Tú porque eras muy chico y no te acuerdas bien de lo mal que lo pasabas cuando sentías esos temores y esas ansiedades que te paralizaban.

Mil veces, cuando te escucho decir "¡Mamá, eso no tiene importancia, no te preocupes!" la veo a ella. Y vuelvo a agradecerle. Ayudó a hacer de ti un niño que puede tragarse el mundo porque se atreve a hacerlo.

Definitivamente, la vida sabe poner en nuestro camino a las personas indicadas en los momentos en que más las necesitamos.

¡Gracias Fran!


Con tus profesoras Mónica y Francisca el día en que cumpliste 5 años.


viernes, 30 de marzo de 2012

Recibir Un Diagnóstico Desde La Ignorancia.

No hablaré del proceso largo y casi siempre doloroso que implica llegar a asumir la discapacidad de un hijo. Acerca de ese tema ya he hablado antes.

Me referiré al momento mismo en que un doctor, un profesional de la salud o quien sea, te enfrenta por primera vez al diagnóstico de tu niño.

El shock inicial es lo más evidente. Lo más común es la sensación de irrealidad, de "Esto no puede estar ocurriendo, no a nosotros", y te sientes en medio de una pesadilla.

Es esperable que aquello ocurra. Es la primera parte del duelo. Luego, con tiempo y trabajo, comienzas a digerirlo, a comprenderlo, a  "adueñarte" de la discapacidad de tu hijo, a integrarla dentro de lo que es él, y finalmente a amarla porque es parte suya, porque sin ella, él sería otro niño, y tú lo quieres a él, no a otro.

Pero lo que me impacta ver en mi consulta y recordar de mi experiencia personal es la ignorancia absoluta con la que enfrentamos el diagnóstico. Debo decir que al oír la confirmación de la hipoacusia (sordera) de Cristóbal, se me vino a la mente la imagen clásica del sordo-mudo, el niño que sólo utiliza lengua de señas, la persona apartada del mundo que vive "encerrada" en su discapacidad. 

(Hay personas que son hipoacúsicas o tienen hijos con hipoacusia que optan por la lengua de señas y descartan el uso de audífonos, implante coclear y terapia auditivo-verbal. Las respeto muchísimo. Pero es sólo una de las opciones, no es el destino obligado de un niño que recibe este diagnóstico.)

Hoy, 9 años después de ese día en que nuestro Pediatra se paró frente a mí y me informó que mi hijo tenía una hipoacusia bilateral profunda, me pregunto porqué yo sabía tan poco acerca del tema. Me pregunto porqué nunca me interesé ni sentí curiosidad al conocer a una persona sorda, porqué en mi cabeza se había tejido una imagen tan caricaturesca acerca de las personas como mi hijo.

No me culpo. Nos ocurre a casi todos. En mi consulta recibo a padres en shock que creen que su hijo recién diagnosticado con un trastorno del espectro autista será una especie de ser aislado del mundo que no se conectará jamás con sus seres cercanos ni sentirá nada por nadie. Recibo a padres que creen que su niño recientemente diagnosticado con parálisis cerebral será una especie de plantita (perdón por lo fuerte de la analogía) que no interactuará con nadie, que no comprenderá nada y que no aportará mucho a la sociedad. Recibo papás que tienen la imagen del epiléptico limitado y discriminado, que nunca conseguirá novia, trabajo ni podrá hacer nada de lo que los seres humanos solemos hacer.

Y me pregunto de quién es la responsabilidad de tanta ignorancia. Creo que no es nuestra como individuos. No podía yo haber adivinado que tendría un hijo sordo. Si así hubiese sido, seguro que me hubiese informado mucho y me hubiera ahorrado los temores iniciales, tan dañinos y dolorosos. La responsabilidad es de la sociedad entera, de quienes tenemos información y no la compartimos, de quienes no saben de discapacidad y se conforman con los estereotipos que tienen en sus mentes, de las autoridades de gobierno, de las profesoras de los colegios que integran niños con alguna discapacidad, de los fonoaudiólogos, los kinesiólogos, los terapeutas de cualquier tipo y también de las personas que tienen alguna discapacidad. La responsabilidad es de todos y cada uno de nosotros.

Si me ves por la calle algún día, es difícil que me acerque a ti a hablarte de hipoacusia y discapacidad. Pero si te encuentras conmigo en un evento social y hablamos de hijos, colegios, tareas y vivencias relacionadas con la maternidad, lo más probable es que me oigas hablar de mi hijo hipoacúsico. Y pondré cara de "Pregunta todo lo que quieras", te enseñaré con gusto algo de lo que sé (no todo, por supuesto, no quiero aburrirte) y te mostraré que mi Cristóbal es un niño más en este mundo. 

No creo que este tema sea menor: las personas "diferentes" y/o sus padres podemos hacer mucho por educar a quienes se cruzan por nuestro camino. Y si uno se fija bien, casi todos quienes pasan por nuestras vidas por un motivo u otro, sienten curiosidad y están abiertos a aprender. Compartamos lo que sabemos. Es una de las formas más lógicas y primarias de generar la verdadera inclusión de nuestras personas con discapacidad en la sociedad.



martes, 27 de marzo de 2012

¿Dónde Estás, Paciencia?

Cada cierto tiempo me da por ir preguntando por ahí dónde venden paciencia. La compraría a cualquier precio, porque simplemente se me acaba y eso afecta a las tres personas que más amo en el mundo y por quienes daría mi vida.

Luego de perderla casi por completo y poder decirlo, ser acogida por quienes me escuchan y sentirme comprendida, ocurre algo mágico y la recupero. Nunca vuelvo a tener mis reservas llenas como cuando tenía 24 años, quería ser madre y creía de todo corazón que tendría paciencia infinita para regalarle a ese(a) hijo(a) que con tantas fuerzas deseaba tener, pero sí la suficiente como para volver a la carga y continuar con mis tareas de mamá.

Mis amigas de carne y hueso, las que veo frecuentemente, siempre entienden que cada cierto tiempo se me acaba la paciencia. De hecho, a algunas más, a otras menos, todas ellas han vivido lo mismo más de alguna vez.

Con mis otras amigas, la que componen mi tribu virtual ocurre exactamente lo mismo: no escatiman en esfuerzos por animarme y recordarme que todas pasamos por momentos en que nos sentimos sobrepasadas.

Ayer le tocó su turno a una de ellas, Cintia, una mamá triple maravillosa y valiente que conocí a través de su blog. En su post Un Día de Perros... nos cuenta cómo es que llegó a sentirse sobrepasada y perder la paciencia hasta el límite de terminar llorando ella y sus niños. Recibió sólo comentarios positivos y comprensivos, ninguno juzgándola, ninguno criticándola, ninguno pidiendo explicaciones por el episodio. Fue uno de esos posts que vas leyendo y al mismo tiempo vas pensando que lo mismo da quién lo haya escrito: podría haber sido yo, pero le tocó a ella. 

Si entre nosotras somos capaces de ser genuinamente amorosas y acogedoras, de comprendernos y decirnos una y otra vez que a todas nos pasa lo mismo, yo me pregunto porqué tendemos a ser tan duras con nosotras mismas, porqué necesitamos que vengan otras mujeres a decirnos que lo que nos ocurre es normal, porqué no podemos mirar con ojos de amor todo el esfuerzo que hacemos y lo difícil que es a veces la maternidad.

Yo lo intento, de verdad, y con los años de experiencia que ya tengo como madre creo que he logrado ser algo más realista que antes en relación a mis expectativas. Sin embargo, cada cierto tiempo vuelvo a sentir que la paciencia se me acaba y que eso no debiera ser así. Como si amar y tener paciencia fueran la misma cosa. Como si tener tres hijos, trabajar y estudiar al mismo tiempo no fuese una empresa gigantesca. Como si sobre mi cabeza hubiese una Gran Natalia mostrándome mis fallas, mis errores y mis debilidades contínuamente.

Amo formar parte de una tribu de mujeres maravillosas. Pero me gustaría que no nos necesitáramos para "perdonarnos" mutuamente las imperfecciones. Seríamos tanto más felices si supiéramos asumirlas sin tanta culpa y con más autocompasión...