De derecha a izquierza: Cristóbal, Pedro y Antonia.
No sé si existirán palabras para expresar lo que sentí el día en que, finalmente, tuve a todos mis hijos en la casa. Fue una sensación de paz y tranquilidad enorme.
Recuerdo el día en que llegó Pedro como algo caótico. Fue al único al que muchos parientes y amigos no pudieron ver a través del vidrio que nos permitía mostrar a nuestros hijos a quienes no lo conocían. Por eso, el día en que llegó a nuestra casa fue uno lleno de visitas, ruido y felicidad. Y también algo de estrés, hay que decirlo. El hecho de que su capacidad de succión fuese tan débil y que se cansara al tomar su mamadera, me hacía sentir insegura acerca de poder alimentarlo bien. Sin embargo, mi chinito supo darme traquilidad y, al menos ese primer día, acabó todas sus mamaderas con 60 ml. de leche. Ahora que lo pienso, era tan poco y su cuerpo chiquitito apenas lograba reunir la fuerza para succionar esa pequeña cantidad.
Esa noche supe que empezaba lo bueno: con tres niños prematuros a nuestro cargo, el asunto se volvía más complejo que nunca. Siempre faltaban manos para acunar tres cuerpos, cambiar tres pañales y alimentar tres bocas. También estaba presente el miedo de no hacerlo bien, de comenter errores que pudieran hacer que algo muy grave ocurriera con nuestros tan delicados hijos. Sin embargo, lo que recuerdo con más claridad fue el momento de irme a dormir.
Me acosté en mi cama, agotada, y sentí por primera vez una sensación maravillosa que muchas veces he vuelto a vivenciar: mis tres hijos estaban conmigo, bajo mi techo, estábamos todos juntos, ya no había pedacitos de mi alma repartidos por ahí. Nada malo podía pasarnos mientras estuviésemos todos. Por fin éramos una familia "normal" que se aprontaba a dormir y no había partes de mi alma o de mi mente instaladas lejos de nuestro hogar.
Hoy vuelvo a tener la misma sensación en muchas ocasiones. Se me hace vívida cada vez que estamos todos juntos. En esos momentos, suelo olvidar el celular en cualquier lugar de la casa. Todas las personas que más me importan están a mi lado, así es que no necesito estar accesible por si algo malo llega a ocurrir. Es una indescriptible sensación de estar completa y de no necesitar nada más. Es la felicidad encarnada en paz.
No he vivido sensación más placentera que esa: la certeza de que todo lo que se ama está al alcance de tu mano. Basta con estirarla para tocar los cuerpos tibios de tus hijos durmiendo. Sencillamente inolvidable.
3 comentarios:
Mil veces te comprendo...La sensación de tener a los niños contigo debió ser una paz incomparable...
Que todo esté en su lugar,hasta hoy, cuando ustedes, mis hijos, que ya llegan todos a la treintena, adoro que estén "guardados". En sus casas, con sus hijitos, sin moverse, tranquilos , sin riesgos.................
Que bonito, como siempre me emociono leyendote. Yo recuerdo ese dia tambien como el más feliz de mi vida. Dicen las madres en general que es el dia que nacieron sus hijos, pero el mio fue bastante duro cuando nacieron, realmente el mejor dia fué cunado por fin tenía a los tres en casa por primera vez, por fin eran "mios" de verdad, por fin podía cogerlos cunado me diera la gana sin pedir permiso a ninguna enfermera! y por fin estaban los tres juntos en la misma cuna. Gracias pro trasladarme a aquellos momentos tan felices!
Hermosos!!!! No hay más palabras con lucha y esperanza lo lograste!!! Un beso enorme
Caro (mamá de Joaco por siempre)
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