Siempre desconfié de los padres cuyos hijos aprendían a leer y escribir solos. Nunca llegué a creer afirmaciones como “Nadie le enseñó, fue una sorpresa para nosotros” o “Un día tomó un libro y se pudo a leer”. Pensé que eran padres exitistas que fomentaban en sus hijos el aprendizaje temprano de habilidades que se enseñan en primero básico. Ahora sé que no necesariamente es así: mis tres hijos leyeron y escribieron mucho antes de enfrentarse a la educación formal de la lectoescritura. Y nadie les enseñó. Es claro que cuando me preguntaban con curiosidad el nombre o el sonido de una letra, siempre les respondí, pero nunca me propuse enseñarles tempranamente a leer.
El verano en que mi hijo Pedro estaba a punto de entrar a primero básico, ya tenía a su favor el hecho de saber leer y escribir desde Pre-Kinder. Nada más tranquilizador.
Sin embargo, este niño mío se empeñó durante todo el mes de febrero, el último de sus vacaciones de verano, en practicar la escritura. Su meta personal era tener linda letra. Cada día se instalaba frente a una hoja en blanco y escribía con una minuciosidad sorprendente palabras sueltas y frases que venían a su mente.
Le dije mil veces que no necesitaba hacerlo, que apenas iban a empezar a enseñarle el sonido y la gráfica de cada letra en el colegio, que jugara a otra cosa, que descansara tranquilo pues el término de las vacaciones estaba a la vuelta de la esquina. Pero no hubo caso: estaba empeñado en mejorar una habilidad que ya superaba con creces lo que el mundo esperaba de él.
Es que se me olvidaba que los logros motores de mi Pedro son producto de un esfuerzo y una tenacidad ilimitada. Se me borraban de la mente los pronósticos pesimistas y las expectativas mínimas de los primeros años. Se me iba la imagen de Pedro caminando por primera vez y nosotros llorando por la fuerza de un niño en el que nadie quiso creer.
Pedro no concibe vivir si no es empeñándose al máximo. No conoce aún los logros que surgen espontáneamente y se dan por sentados. Es su historia marcada a fuego en él. Y está bien que sea así, no hay motivos para intentar borrar lo imborrable.
Sólo espero que llegue el día en que crea más en sí mismo y sus habilidades, el día en que se sienta un niño más, que puede tener nuevos logros motores sin tener que autoexigirse de manera ilimitada. Me gustaría verlo tranquilo y confiado acerca de sí mismo. Me gustaría que no pensara tanto en sus dibujos, en su trazo, en sus figuras de plasticina, en que no es exactamente igual al resto de sus compañeritos.
Pero ya llegará el día. Y si no llega, no pasa nada. Así es Pedro: el niño que le ganó a la muerte y a todos los pronósticos negativos de los doctores se esfueza por seguir demostrando que puede. Y yo lo quiero así.
5 comentarios:
Niños como tu Pedro sorprenden a cada instante y seguro seguirá tal y como lo describes autoexigente. Pero con toda seguridad será una característica que se irá regulando con el tiempo.
A alguien habrá salido tan empeñoso pues, cierto mamá?, jejeje.
Saludos!
jajaja! Sí, se parece a su madre en lo de la autoexigencia, es verdad :)
Saludos!
Estoy convencida de que niños como los nuestros no estarían así si no fuera por su tenacidad, y es la cualidad con la que se consiguen los mayores logros. La foto que cierra el post no puede ilustrar mejor la satisfacción por este éxito ganado a pulso. ¡Enhorabuena!
Es un chico fuerte y trabajador, seguró que le irá genial en la vida :)
Doy fe de la fuerza y el tesón de Pedro.
Lo admiro y amo profundamente !
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