martes, 22 de marzo de 2011

Más Vale Tarde que Nunca

Durante el primer año escolar de mis hijos (a los 4 años más o menos) las cosas eran más difíciles que hoy en varios aspectos. Uno de ellos era que su lenguaje oral era bastante más limitado que el que tienen hoy, por lo que enterarme de lo que ocurría durante el día en el colegio era bastante más difícil. Además, no me gusta ser de esas madres controladoras que lo preguntan TODO a las profesoras... prefiero guardarme para cosas que considere realmente importantes y dejar que mis niños tengan experiencias enriquecedoras fuera del hogar que no necesariamente comparten conmigo.

El caso es que durante los primeros meses de ese año mis hijos hablaban a menudo de Martín (el nombre lo he cambiado, por si acaso). Relataban continua y naturalmente cosas acerca de este niño (sí, era un niño, eso era casi lo único que estaba claro) que, de alguna u otra manera pertenecía a un rango superior a los demás.

Alguna vez recuerdo hacer escuchado (siempre de boca de mis niños) que Martín era un ejemplo, que Martín sí sabía lavarse las manos como un niño grande y que la profesora le pedía a él que les mostrara a los más chicos cómo hacerlo. También recuerdo que relataban cómo Martín repartía los cuadernos y las hojas, ya que él y nadie más era el ayudante oficial de la profesora. Recuerdo que contaban que Martín era aaaaaalto y que pertenecía a un curso superior (creo haber escuchado primero básico), pero que las profesoras y los niños de jardín lo necesitaban tanto, que a veces debía salir de su sala para ir a ayudar a los más chicos.

Hasta que un día, casi por casualidad, me enteré que Martín no hablaba. Ninguno de mis hijos me lo había dicho, porque, probablemente, lo considerarn un detalle irrelevante comparado con las cosas importantes que ya me habían contado de su amiguito.

La verdad es que el tema de Martín, si bien no me quitaba el sueño, me tenía francamente intrigada... y no sé porqué nunca llegué a acercarme a alguna de las profesoras para preguntar concretamente por él.

Hasta que llegó el día en que lo conocí: una tarde, en medio de la muchedumbre de madres, padres y niños que salían camino hacia sus casas, mis hijos lo divisaron y se pusieron a gritar y saltar contentos: "¡Mamá, ahí está Martín, ése es nuestro amigo Martín!" exclamaban mientras corrían a abrazarlo y besarlo.

Sus ojos rasgados y su boquita semiabierta me lo explicaron todo en un segundo: Martín era uno de los niños con Síndrome de Down que formaba parte del programa de integración en el colegio de mis hijos, y parte de su rutina consistía en ayudar a realizar algunas tareas a las profesoras de los cursos menores.

Fue un momento mágico, quise apretar el botón de "pausa" y dejar a mi hijos así, de 4 años, tan cándidos, tan capaces de amar y admirar a otro por lo que era y valía, no por sus etiquetas y los prejuicios derivados de ella.

Al año siguiente Martín no volvió al colegio. Supe que se había ido a vivir fuera del país junto con su familia. Lo echaríamos de menos... pero quedó para siempre grabado en nuestros corazones. No creo que yo, con todos mis discusos, actitudes y esfuerzos, haya llegado a enseñarle tanto a mis hijos como lo hizo Martín por el solo hecho de existir.

¡Gracias Martín! ¡Gracias a la vida por haberlo puesto en el camino de mis hijos en el momento preciso!

Este es mi post por el Día Mundial de las Personas con Síndrome de Down. Sé que fue ayer, pero mas vale tarde que nunca :)

10 comentarios:

Vicky dijo...

Que hermoso... ojalá que todos nos pudieramos mirar con ojos de niños. Sin duda que el mundo sería bastante distinto.

De chupetes y babas dijo...

Precioso post y súper emotivo!!

Natalia dijo...

Sí, en realidad fue un momento precioso... y muy emotivo. Juro que lucho día tras día para que mis niños conserven algo de esa mirada amorosa.

Ileana Medina dijo...

Dios mío, qué emocionante!!! Gracias!!!

Anónimo dijo...

He llorado de emoción.

Louma Sader dijo...

Wow qué bello, Nathalia... casi se me salen las lágrimas :)

María Berrozpe dijo...

Preciosísimo..... que pena que parece que con el tiempo perdemos esa capacidad para amar y admirar a los demás por lo que realmente son. O tal vez no la perdamos, sino que nos la roban.....

Unknown dijo...

Sera posible que me hagas llorar con cada post? bellisimo... que enseñanza...

Anónimo dijo...

Que preciosidad!.
Me recordó un libro "La japonesa", es una dulzura de librito.
Un abrazo

Natty dijo...

Me emocioné hasta las lágrimas!!!!

Bellísima la enseñanza de Martín no sólo para tus hijos, sino que para quienes hemos leido este post =)