lunes, 21 de marzo de 2011

Huellas

Me acuerdo de ese momento como si hubiese sido ayer: parada frente al espejo desnuda y embarazadísima, noté una marca en la piel de mi abdomen. Me acerqué todo lo que pude a la imagen que se me devolvía y la vi claramente: era una estría, la primera de una verdadera plaga que se desplegó cual telaraña sobre la superficie tirante y brillante de mi piel. Lloré, lloré mucho rato desconsoladamente. Me estaba despidiendo con gran tristeza del bikini, de la juventud, de los tiempos de soltura y espontaneidad.
Un tiempo después, unos años más tarde en realidad, entendí que esas estrías (con las que todavía no logro amigarme en lo concreto) no eran más que la expresión física de otras huellas que estaban quedando grabadas a fuego en mí. Comprendí que nunca más volvería a mirar a través de los mismos ojos, a quejarme de las mismas cosas, a sentir el frío y el calor de la misma manera que antes de mi embarazo triple.
Debo agregar (ya habrá tiempo para extenderme sobre este tema) que los médicos habían sentenciado de muerte a uno de mis hijos nonatos. Su supuesto diagnóstico era un síndrome incompatible con la vida, por lo que yo estaba esperando dos guaguas sanas y una que, supuestamente, moriría pocas horas después de nacer. Como ya sospecharán, el diagnóstico fue errado, aquello no ocurrió, y mis tres hijos son niños que van por la vida alegremente como cualquier otro.
Sin embargo, a pesar del error diagnóstico que me llevó a llorar por adelantado la muerte de mi hijo que hoy tiene 8 años, sigo creyendo que no hay vuelta atrás... no soy la misma Natalia que fui, no tengo las mismas prioridades, los mismos pensamientos, no siento la vida de la misma forma que antes.
Me tomó años asumir que la antigua Natalia, esa joven idealista, esa estudiante ávida de conocimiento, esa amiga entrañable, esa compañera de juegos, nunca volvería. Y puedo decir que, a pesar del paso de los años aún me encuentro en proceso de acostrumbrarme a esta nueva persona en que me convertí: una más preocupada, más cansada, más vieja, pero, espero, mucho más sabia.
Así funciona la vida: a veces crecemos de a poquitito casi sin darnos cuenta, pero otras veces llega algo o alguien que nos hace crecer de golpe... y deja huellas imborrables en nuestros cuerpos y/o en nuestras almas.
No tengo nada de qué arrepentirme, sé que todo ha valido la pena, y con creces, sin embrago, no puedo negar que el camino que me trajo hasta aquí estuvo lleno de obstáculos y espinas que me hicieron doler. Cada mañana lo recuerdo parada desnuda frente al espejo mirando mi abdomen lleno de las huellas concretas que quedaron pegadas a mí.

9 comentarios:

Unknown dijo...

LAS HUELLAS DE LA MATERNIDAD ! Que dificil a veces aceptarlas y sin embargo son la prueba de que llevamos dentro y de que trajimos a este mundo a las personitas mas importantes de nuestras vidas... asi que si ese es el precio...bienvenidas sean!! me encanta tu blog. me hace reflexionar mucho.

M.Ignacia dijo...

Ahhhh !!! Es tan cierto eso que dices ! De pronto sucede algo y nos cambia la percepción de las cosas, de la vida, del amor, de uno misma. Nos cambia la vida irremediablemente y el duelo es largo, pero llega un día en que miras a esa niña, a esa joven que fuiste y sonríes con ternura, ya no con añoranza.
Sí eres más sabia,mil veces más grande, doy fe de ello.

Familia Lara-Arroyo dijo...

Cúanta razón tienes Natalia, las huellas están ahí. Yo siempre digo que antes de dejarles yo herencia, ellos me dejaron la suya, huellas físicas que no se van, y otras no tan físicas que tampoco nunca nos abandonarán. Sigue escribiendo, que la noche que me falles te voy a echar de menos, jajaja. Un beso

carmengloria dijo...

No sabes cuánto he disfrutado tus posts!!!
Que bueno acompañarte en este espacio e ir compartiendo las huellas que nos ha dejado la vida.
Muchos cariños!!!

Natalia dijo...

Sólo quiero decirles una cosa: sus comentarios me hacen sentir tremendamente acompañada, acogida en este proyecto nuevo y motivada a seguir con él.

Muchas gracias a todas!

Natalia

Ileana Medina dijo...

Una de las ¡tantas! y principales cosas que estoy aprendiendo con la maternidad es a comprender la unidad cuerpo/mente. Cuerpo/alma.
El cuerpo no es más que una dimensión de la mente y viceversa, dos planos de una misma realidad.
Pretender que la maternidad (Y LA VIDA) no deje huella en nuestros cuerpos, es como pretender que no deje huella en nuestras almas. ¿Qué triste sería, verdad?
Gracias de nuevo por tus excelentes reflexiones.
Un abrazo!

Natalia dijo...

Sí, Ileana, tienes toda la razón... si cuerpo y alma están en profunda conexión, no habría huellas de la maternidad en nuestros corazones. Un argumento más para intentar amigarme con las huellas de mi cuerpo :)

Un abrazo.

Carolina dijo...

Cuanta razón tienen tus palabras y como se parecen a muchos de mis experiencias, sentimientos y vivencias.
Me emocionan tus palabras.
Cariños.

cintia dijo...

Que bonito! Y que gran verdad que no me había parado a pensar. En mi vido han surgido dos momentos de inflexion como este. Cuando he tenido amis hijos por supuesto y el otro cuando abracé el Islam. Por lo tanto ya he cambiado de persona dos veces. Y cuando veo fotos de mi otro yo parece que estoy viendo a una vieja amiga de la que ya me he despedido y nunca volveré a ver.
Es increible pero cierto, podemos ser diferentes personas a lo largo de nuestra vida.