Mi hijo Pedro.
Recuerdo el alta de la primera hospitalización de Cristóbal como un momento de gran ambivalencia: la alegría de llevar a otro de mis hijos a la casa se mezclaba con la tristeza profunda de dejar a Pedrito solo en la Clínica. Ese día sentí por primera vez lo que es tener el corazón dividido. Ese día lloré largamente mientras salía con Cristóbal y dejaba a mi pollo metido en su cunita al fondo de esa sala fría.
De alguna manera, cuando tienes hospitalizados a todos tus hijos, sabes que tu corazón está ahí, con ellos. Nada te confunde, no hay nada del exterior que realmente te interese: todo lo que te importa está en el mismo lugar, toda tu energía puesta con ellos, todos tus pensamientos dirigidos hacia la clínica. Tener a dos hijos en la casa y a uno hospitalizado es una experiencia dolorosa. No puedes dejar de ver la diferencia entre la calidez de tu hogar y la frialdad de la clínica. No puedes estar tranquila disfrutando a unos mientras sabes que hay otro que está médicamente bien cuidado pero emocionalmente solo. Es muy duro, y lamentablemente, es una vivencia que más tarde se repitió una y otra vez durante el primer año de vida de mis hijos: no era raro tener a uno de ellos hospitalizados por algún motivo.
Ese día se hizo patente en mí la fragilidad de mis hijos. La necesidad de estar con Pedro y no dejarlo "abandonado" se acompañaba de la certeza de que su cuerpo era tan pequeño y frágil que tenía que necesitarme. Lo que llaman "instinto materno" se vuelve evidente en momentos como ése: es una necesidad animal de querer proteger al hijo que está en desventaja, al que parece más débil y necesitado en ese momento.
Más tarde he vuelto a sentir ese instinto muchas veces, tantas que siempre me parece raro y chocante escuchar decir que en los humanos no existe. Tal vez lo dicen personas que no lo han vivido porque no han tenido a sus hijos cerca de la muerte, o porque no han estado en la situación de sentir su vulnerbilidad de forma tan concreta. Sí, el instinto materno existe, y es tan potente que puede llegar a doler. Creo firmemente que la madres que aseguran haberse "enamorado" de sus hijos paulatinamente no saben cuánto los amaron desde el primer momento, simplemente porque no vieron sus vidas amenazadas y no supieron cuánto les hubiese dolido dejarlos o perderlos.
Seguramente es éste recuerdo el que viene a mi emoción hasta el día de hoy cuando siento la satisfacción de estar metida en mi cama junto a mis tres hijos. Es la vivencia de sentirse completa, de que nada te falta ni te preocupa: todos los que más te importan están contigo, no hay corazones divididos, no hay una parte de ti abandonada en otro lugar.
Supongo que esto es lo que no se puede describir ni contar acerca del amor materno. Mientras no lo has vivido, no puedes imaginar su fuerza.
5 comentarios:
Pienso igual que tú "no saben cuánto los amaron desde el primer momento, simplemente porque no vieron sus vidas amenazadas y no supieron cuánto les hubiese dolido dejarlos o perderlos" ... ya escribiré la historia con mi palomita.
Te sigo...un abrazo
Hola Hola Natalia, ya estaba echando de menos tus post :)
Cuánta razón tienes, una vez estando mis dos hijas hospitalizadas una en la UCI y la otra en la UTI, estaba en la sala de espera con los ojos a punto de reventar de lo hinchados que estaban de tanto llorar y se acerca una señora que tenía a su nieta hospitalizada a conversar conmigo, yo le digo que sentía que ya no podía más del dolor de ver a mis hijas así y ella me dice que era increíble que cómo desde el dolor se aprendía a cuantificar cuanto se amaban a los hijos" En el momento no entendí lo que quiso decir, yo sólo quería que mis hijas se sanaran, pero después con el tiempo comprendí que ella tenía razón cuando no lo has vivido, no se puede dimensionar la fuerza que tiene el amor de madre.
Un abrazo
Primera vez que discrepo contigo... aunque aun no se bien por qué, me enamoré de mis hijos de maneras muy distintas: del primero, fue amor a primera vista, no podia ni pensar en él sin ponerme a llorar de felicidad, y aun hoy me sucede al recordarlo... él nació por parto natural, a las 40 semanas y todo fue "normal". Mi hija en cambio, nació a las 30 semanas, en una cesárea de urgencia y no pude enamorarme de ella cuando nació (y me duele muchísimo reconocerlo, pero es así...)Nació con mucho miedo en todos nosotros, estuve con ella, dia a dia, los 44 dias de la Ucin, haciendo canguro, dándole de mamar cada día, extrayéndome la leche con rigurosidad (jamas tomo relleno). Sin embargo sentí que la amaba profundamente y necesitaba de ella como a nada mas en el mundo, ademas de su hermano, solo cuando tenia cerca de un año y se resfrío. Pasar con ella y tener que cuidarla para que se sintiera mejor fue un click que no se detonó antes, habiendo yo sido una madre devota y sin nanas ni abuelas de por medio en su crianza, no fue sino hasta ese día en que sentí que era mía, tanto como su hermano mayor...
Pensándolo fríamente, creo que en mi caso fue al revés: al verla y sentirla en peligro, frágil, me dediqué a sacarla adelante, a cuidar de ella religiosamente, pero sólo al ver que ya no era un miedo real una secuela de su prematurez o un desenlace trágico, sino que sólo era una "niña regular", que se resfriaba como tantas otras, la asumí como mía y me pude entregar a ese amor inmenso e inconmensurable...
Años mas tarde, adoro a mis niños y aunque me duele no haberme enamorado de los dos a primera vista, entiendo que mi cabeza no pudo con tanto miedo y dolor y quizas eso me impidió dejarme fluir...
Un abrazo grande!!!
Uf, nunca he estado separada de mis hijos asi, han estado hospitalizados los dos alguna vez, pero he estado con ellos noche y dia, pues no estaban en la UCI ni UTI, no puedo ni imaginar el dolor de esa situacion... un abrazo
Me he artado a llorar al leerte, a mi me pasó lo mismo con mi flaquito, apenas podía ir a verle porque ya tenía bastante ocn organizarme con los otros dos y me sentía fatal. El poco tiempo que dormía me lo pasaba con pesadillas y todo.
Un dia fuí y olía mal, le cambié el pañal y no había cagado pero estaba muy mal limpiado. Tenía caca por todas partes, hasta en el pijamita. Me inundó una sensación de rabia, culpabilidad y pena de que mi hijo estubiera asi de abandonadito. Encima me dice la enfermera, "se ha vuelto a cagar? si le acabo de cambiar y había hecho un montón!" Me mordí la lengua, porque encima no puedes decir nada porque te da miedo que te cojan manía o algo así y lo pague tu hijo. Es de las cosas más duras que he pasado en mi vida y reconozco que es mi niño mimado porque todavía me siento culpable por aquello.
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