Querido Pedro:
Querido Cristóbal:
Siempre te hablo del día en que naciste. Pero nunca lo he escrito como hoy, con la perspectiva que da el paso de los años. Siempre te digo que fue el día más feliz de mi vida, pero no creo que llegues a dimensionar a qué me refiero cuando digo esas palabras. Tampoco sabes de los matices, de la extraña mezcla de sentimientos que comandaron esa inolvidable jornada.
El día en que naciste, yo llevaba 10 días hospitalizada por culpa de una enfermedad llamada preeclampsia. Durante esos días de clínica, sufrí mucho porque los doctores habían dicho que tú, Pedrito, nacerías sin riñones y vivirías sólo una horas. Además, me encontraba tremendamente molesta por el enorme peso ganado. Lloraba mucho, recibía pocas visitas, porque no quería a nadie más que a los míos a mi lado. No era capaz de explicar el dolor que sentía en el cuerpo y en el alma.
El día jueves 26 de diciembre, el Doctor, quien me tenía monitoreaba muy de cerca debido a que mis riñones funcionaban mal y mi presión estaba alta, decidió que al día siguiente nacerías. Ya era peligroso mantenerte dentro de mí, aunque sabíamos que tus pulmones y todos tus órganos estaban inmaduros para funcionar sin ayuda.
Entre el jueves y el viernes no dormí. Estaba inquieta, sabía que al día siguiente algo muy grande e importante cambiaría mi vida para siempre. Ya no lloraba por ti, Pedro, ya había dejado de imaginar el momento del parto. Había dejado de fantasear sobre cómo sería tu carita Antonia, tu carita Cristóbal, tu carita Pedro. Creo que durante esa noche en vela y en soledad me transformé sin quererlo: logré la paz para entregarme a lo que viniera. De hecho, al amanecer, mi entrega espiritual ya era total, no había lágrimas, no tenía ganas de escapar. Lo que fuera a ocurrir, quería que ocurriera ya.
El pabellón estaba programado para las 14:00 hrs. No recuerdo mucho de esa mañana. Sé que había muchos familiares en la clínica. Sé que algunos lloraban, otros rezaban, que unos intentaban tranquilizar a los otros. Sin embargo, creo que yo me encontraba ajena a ese estado colectivo, ya había pasado la ansiedad, expectación y profunda tristeza por tu futura y cercana muerte, Pedrito. Al parecer, había llegado a un punto en el que el dolor había llegado a ser tan fuerte que ya no dolía. Se había trasformado en calma, anestesia y profunda entrega.
Recuerdo el pabellón lleno de profesionales. Recuerdo que sentía la camilla muy estrecha para mi entonces ancho cuerpo. Recuerdo que tomaron mis brazos y los pusieron hacia los lados, como si hubiese estado crucificada. También recuerdo el momento de ponerme la anestesia epidural: yo no paraba de advertirle al anetesista que tenía una escoliosis importante. Temía que en mi espalda, hinchada por la retención de líquidos propia de la preeclamsia, no le permitiera encontrar el punto exacto para pinchar y que dañara mi médula espinal para siempre.
Sólo era capaz de reoconocer la cara de mi ginecólogo, mi queridísimo ginecólogo y la de tu papá, ansioso, nervioso, instaldo dentrás de mí esperando el momento de verte, de conocerte.
Sentí movimientos en mi abdomen, sentí tironeos, y de repente escuché la voz del Doctor diciendo: "Aquí está el gemelo I, es una niñita, ¿cómo se va a llamar?". Eras tú, mi Antonia querida. Tu papá exclamó "¡Es preciosa!", mientras la matrona hablaba de llamarla Stefanía. Recién años más tarde entendí que lo decía porque el Neonatólogo que te recibió y te revisó fue el Dr. Stefan, quien se convirtó después en nuestro Pediatra y compañero incondicional de aventuras y desventuras. Te acercaron a mi cara, alcancé a darte un besito y a olerte, y te llevaron lejos.
No alcanzó a pasar ni un minuto cuando el médico anunciaba "Aquí está el Gemelo II. Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espítitu Santo con el nombre de José Pedro". (Habíamos averiguado que en casos de emergencia, cualquier persona bautizada podía bautizar a un niño, y yo se lo había pedido expresamente a mi Doctor). Y te vi, mi Pedro, tan flaquito y pelado como un pollo mojado. Llorabas con una fuerza que no parecía la de una guagua a punto de morir. Te recibió el Dr. Martínez, te acercó a mí, te di un beso y te dije en secreto que siempre te amaría y siempre sería tu mamá, te fueras donde te fueras. En esos momentos, no sabía si volvería a verte con vida.
No alcancé a recuperarme de la emoción cuando escuché "¡Aquí está el Gemelo III"!, y eras tú, Cristóbal, más lindo que ninguna guagua del mundo. Te alzaron para que te viera y te hicieron desaparecer. Creí que habían olvidado el ritual de acercarte a mí para darnos nuestro primer beso. Luego supe que habías nacido en posición podálica, lo que hacía más probable que hubieses aspirado líquido. También supe que el gemelo III en un parto triple siempre tiene más riesgos de aspiración. Te llevaron por eso. Durante meses sentí no haber podido olerte y tocarte con mi cara durante tus primeros segundos de vida.
Luego se produjo un silencio. Tu padre desapació junto con Neonatólogos y algunas matronas. Mi visión era parcial, pero lograba sentir que quedábamos muy pocos en ese pabellón.
Probablemente cosieron mi herida y la parcharon. No recuerdo nada de eso. Y luego, me dejaron en una camilla en un lugar que no sé cómo llamar. ¿Habrá sido la sala de recuperaciones?
Lo que sí recuerdo perfectamente fue que se acercó el entonces Jefe de la Unidad de Neonatología (a quién más tarde llegué a estimar mucho) para contarme que estabas bien, que respirabas solo/sola por el momento, y que tú, mi Pedro, habías hecho pipí sobre él apenas saliste de mí.
Creo que yo seguía en un estado de anestesia emocional, porque mi mente lograba dimensionar lo que eso significaba, pero mi alma no podía emocionarse tanto como sabía que hubiese sido lo "normal". Tal vez, si me hubiese emocionado como correspondía, me hubiese descompensado. Supe que ése era el día que marcaría un antes y un después en las vidas de muchos, sin embargo, creo que el sentimiento era tan intenso, que lo viví como se ven las cosas miradas desde arriba.
Horas más tarde vino recién la emoción contenida, el miedo por tu vida y tu salud, las ganas de sacarte de esa Unidad de Neonatología y toda la intensidad con que viví el proceso de tenerte "capturado/capturada" en esa Neo. Pero mientras pude haber sentido más, no fui capaz de hacerlo con tanta, tanta intensidad.
No me culpo para nada, Creo que fue una reacción muy humana, que muchos mecanismos de defensa vinieron a resguardarme de emocionaes que podrían haber resultado intolerables en el momento mismo en que naciste.
Así empezó nuestra historia. Hay fotos, Las puedes ver una y otra vez. Y ahora tienes este relato elaborado 8 años y 8 meses después de ese día. Ojalá hubiese escrito más durante los días, horas y semanas que rodearon tu nacimiento. Probablemente éste y el escrito del momento serían muy, muy diferentes. Nunca lo sabremos.
4 comentarios:
Hola Natalia
No te parece increible como recordamos todos los detalles del nacimiento de nuestros hijos, o cuando están enfermos o pasó algo muy importante en ese momento?.
Yo también recuerdo todo hasta los olores, fue algo tan impactante y emocionante y loco a la vez, que quería mantener vivo todo para siempre.
Si bien y más que nada con Romina fue un parto complicado y estaba entre la vida y la muerte, no quería olvidarme de nada. Recuerdo hasta las caras de las enfermeras como estaban vestidas, de que hablaban, que estan dando en la tele cuando empecé con las contracciones.
Espero que nuestros hijos tengan presentes que esos recuerdos son de ellos también, y que nace de ese amor y respeto que les tenemos.
Seguramente esta historia que tú cuentas ahora, vas a repetirla y quedará en generaciones, porque seguramente tus hijos les contaran a los suyos.
Saludos!
Preciosa, preciosa historia, Natalia.
No puedo compararla a la mía, ni por un segundo, a mí nunca me dijeron que ninguna de mis pequeñas moriría al nacer... El milagro de Pedro, eh? Grande Pedro...
Sin embargo, encuentro tantas similitudes en otras muchas cosas... Yo empecé con un HELLP, al día siguiente estaban fuera. No estaba preparada, todo iba bien, pensaba que aguantaría... Y me sentí culpable. Tanto que el día del parto cuando me las acercaban casi no era consciente, y casi no tengo el recuerdo, más que de decir que qué pequeñitas eran... También contuve mucho mis sentimientos esos días, esos primeros días de UCI, tan bonitos por una parte, habíamos sido madres, tan duros por otra, la incertidumbre.
Gracias a dios, todo salió bien. Todavía me cuesta ordenar mis recuerdos, todavía me cuesta recordarlos, todavía es duro leer los vuestros y sentir los míos... Con el tiempo pasa, seguro, con el tiempo quedará el buen recuerdo.
Gracias, Natalia, gracias por ayudar con tu expariencia en ese proceso. Gracias por compartirla. Ahora, a enjuagarme las lágrimas...
Un abrazo.
Me ha encantado leer esta entrada, leer cómo llegaron al mundo tus tres preciosos hijos!!!
vuelve a sorprenderme una vez más tu fortaleza.Tu relato me emocionó hasta las lagrimas!!!!!
Jesy
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