Durante mucho tiempo, más bien durante años, mis tres hijos fueron mi única preocupación. Sólo fui mamá... mamá en las urgencias, mamá en las enfermedades, mamá en los regaloneos, mamá en los trasnoches, mamá en las preocupaciones... y me olvidé de mis otros roles. No me culpo, las cosas se dieron así, fue necesario hacerlo, no había otra manera de manejar a estas tres guaguas tan delicadas de salud.
Desaparecieron (afortunadamente, sólo temporalmente) las amistades, las salidas nocturnas, las conversaciones entre adultos, y un sinnúmero de asuntos que antes fueron importantes. (Ver el interesante post colaborativo de mamaterapeuta acerca del autocuidado: http//www.mamaterapeuta.cl/2011/03/autocuidado.html).
Y entre todo lo que dejé de lado, desaparecioron mis cumpleaños y sus respectivas celebraciones.
Sin embargo, el día de mi cumpleaños número 30 llegó cuando mis hijos ya tenían 3 años, estaban más firmes y grandes y pude pensar en mí: me compré un gran regalo que aún conservo, se llama Goyo, tiene 4 patas, es peludo y me acompaña en silencio en todas mis aventuras. Me compré un perro.
Mis hijos, desacostumbrados a la presencia de un cachorro en la casa, reaccionaron de maneras tan distintas como son ellos mismos.
Pedro le tenía miedo. No estaba preparado para que un ser movedizo e impredecible invadiera sus espacios, se comiera sus juguetes y languetera sus manitos. Luego, con el pasar del tiempo, se hicieron grandes amigos, pero eso se logró gracias a la perseverancia y paciencia de toda la familia, que tuvo que ponerse firme en la posición de no permitirle al Goyo sobrepasar los límites de un niño tan reactivo a los estímulos físicos como es mi Chinito.
La Anto, que siempre ha sido puro amor y dulzura, decidió que cargarlo y darle la comida en la boca era la mejor opción. Había que rogarle que lo dejara en paz deambular por la casa... pero ella quería tratarlo como la guaguita que era, quería acunarlo, taparlo, hacerle cariño. Sin embargo, debo agregar que tampoco toleraba bien los mordisqueos en las pantorrilas, por lo que, a veces venía corriendo a refugiarse en mí cuando el Goyo comenzaba a comportarse como el cachorro inquieto que era.
Cristóbal le prestó menos atención que sus hermanos. Él no tenía la intención (hasta ese momento) de involucrarse emocionalmente con ningún ser no-humano. Así que no lo acosaba ni lo perseguía. Sólo se entretenía intentando entrenarlo para saltar a través de un aro tirando una galleta perruna que debía motivar al perro a hacer peripecias que, por supuesto, nunca aprendió a hacer.
Pero de todo, lo que más me gustó, fue ver las caritas de mis hijos cuando les dije que el Goyo era MI regalo de cumpleaños, es decir, MI mascota. Eso no impedía que pudiera compartir con mis hijos los cuidados del cachorro, que me ayudaran a alimentarlo y me acompañaran al veterinario a ponerle sus vacunas. Sin embargo, fue la primera vez que mis hijos tuvieron la vivencia de la existencia de un otro (en este caso, yo) que también tenía derecho a tener sus pertenencias, sus espacios y su individualidad.
Estaban tan acostumbrados a ser el centro del universo que no podían creer que esta vez sería yo tan tremendamente egoísta como para no ser capaz de compartir con ellos la tenencia del Goyo.
Fue un hito importante en sus vidas, y creo que les hizo muy bien: por primera vez en sus vidas me vieron pensar en mí y en mis necesidades.
Ahora me ven hacerlo mucho más a menudo, y están bastante acostumbrados... aunque aún creo que me falta reforzar en ellos la empatía y el respeto por los demás. Aún suelen actuar como si fueran el centro del mundo. Pero son niños, no necesitan más que crecer y madurar para entender que cada ser tiene necesidades tan importantes como las de cada uno de ellos.
3 comentarios:
No sabés cómo me identifico. Vamos de terapia en terapia, de neurólogo en neurólogo, estamos tan cansados que ya casi no salimos, y cuando alguien se ofrece a cuidar a los chicos aprovechamos para dormir!!!
Este sábado cumplo 30, y también es el día mundial de la toma de conciencia sobre el autismo. Mi marido me dijo que había que festejar, asiq el viernes no se habla de autismo, solo se charla con amigos, y el sábado, caminaremos con las velas azules hasta el obelisco, siempre felices, disfrutando de nuestras vidas y aprendiendo de a poco a pensar en nosotros :)
Te entiendo perfectamente. En mi caso, con el nacimiento de los mellizos ya me replanteé la vida para los próximos años. Es un cambio, otra manera de disfrutar la vida en permanente compañia, siempre con los niños físicamente o mentalmente! Acepto que la maternidad es una etapa (larga)de la vida, pero sé que cuando pasen unos años y los niños sean más mayores volveré a recuperar algo de mi egoismo y libertad!! Hay que ver lo pacientes que son los animales con los niños...los peques les hacen de trastadas...jajaja, me alegro de que Goyo encajara en la familia!
Es dificil pensar en uno y no sentirse algo culpable, especialmente si ha dejado uno de lado todo por sacarlos adelante. Aun no he leido el post de Sonia, seguro sera ciertisimo, desde que nacio mi hija he visitado tantos consultorios pero nunca el del dentista para mi, ya mis dientes empiezan a reclamarlo! De otro modo jamas me hubiera dado cuenta de que mi salud tambien existe. Gracias por compartir Natalia.
Publicar un comentario