miércoles, 30 de noviembre de 2011

¡Y Llegó Mi Turno!



Para nadie es un secreto que ser mamá de trillizos es un trabajo extenuente que absorve el tiempo y las energías de quien lo ejerce. Más aun si hay dificultades de salud, terapias, trastornos de la alimentación y muchas variables que durante un largo tiempo me mantuvieron con los ojos mirando sólo a mi hijos.

Es cierto que en este aspecto mi trabajo es ideal. No es un trabajo de todo o nada: pude elegir empezar a atender pacientes cuando mis hijos tenían 2 años e ir aumentando la carga a medida que los veía más autónomos, menos necesitados de mi presencia física constante.

Pero hoy he recibido una llamada telefónica que anuncia el cumplimiento de un sueño postergado: volver a estudiar. Sí, es algo que estaba en la lista de las cosas que parecían imposibles pero que hoy se hace posible gracias a la creciente fortaleza de mis hijos y a mis ganas de ocuparme de mis necesidades también. Hoy me informaron que fui aceptada para realizar un postítulo en psicoterapia familiar y de parejas. Hoy puse el primer pie en un nuevo tren en el que quiero emprender un viaje que, espero, sea muy satisfactorio.

Otra vez me sorprendo a mí misma: pensé que "nunca" podría volver a estudiar, que "siempre" sería más mamá que otra cosa. Y aun cuando amo ser madre y es y será mi principal ocupación, me encanta volver a derribar los odiosos nuncas y siempres para dar paso a una nueva etapa.

El año 2012 estaré asistiendo nuevamente a clases. Volveré a tomar apuntes, a estudiar y leer hasta tarde. Haré ejercicios prácticos atendiendo pacientes en espejo y volveré a empaparme de la profesión que elegí y que tanto me gusta.

Así es que estoy felizzz. Mis niños me miran entre sorprendidos y divertidos con esta noticia. Como que no les calza esto de tener una mamá estudiante. Probablemente estaré algo menos presente en tiempo, pero seguramente seré más feliz y eso se traspasará a ellos, no lo dudo.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Celebrando El Día Del Prematuro: Lo Que La Prematurez Nos Dejó.


Hoy, 29 de Noviembre de 2011 se celebra por primera vez en Chile el día del prematuro. Y yo, que no me he quedado corta y he escrito numerosos posts acerca del tema desde que inauguré este blog, me vuelvo a sentir inspirada para hablar de nuestra experiencia.

Nunca es demasiado. La ignorancia de las personas que no lo han vivido de cerca es tan grande, que no creo que existan los excesos al hablar de la prematurez. Porque nacer prematuro no es sólo nacer antes de tiempo y quedarse unos días o meses en una Unidad de Neonatología esperando recuperar peso y talla. Es una experiencia extrema, probablemente traumática, una vivencia que marca profundamente los cuerpos de los niños y las almas de quienes los amamos.

Es por eso que hoy les hablaré acerca de nuestras secuelas, lo que la prematurez nos dejó, los regalos, las enseñanzas, los recuerdos que quedaron grabados a fuego en nuestras vidas y que nunca se borrararán.

Tal vez debería comenzar diciendo que dentro de nuestras secuelas hay una hipoacusia bilateral severa (sordera), dificultades a nivel motor que se han ido superando con el tiempo y con mucho esfuerzo, alergias alimentarias que casi terminan con la vida de uno de mis hijos, temores asociados a la salud que poco a poco se han ido apaciguando... Y así, un sin fin de consecuencias que hoy pasaré por alto. Tal vez porque son las más sabidas. Tal vez porque más que hablar del horror quiero homenajear a estos hijos míos y a tantos niños que lucharon o luchan por sus vidas con la fortaleza de unos leones en el cuerpo de unos ratoncitos.

La experiencia de la prematurez hizo de mis hijos unos niños maravillosos. Sé que si no hubiesen iniciado sus vidas de manera tan especial, no serían los tres niños que hoy son: los que atraen la atención de todos por su carisma, su amor por la vida, su capacidad de empatía, sus ganas de aprender y de enfrentar el mundo casi tragándoselo de una sola vez, sus habilidades reflexivas, su inteligencia emocional sorprendente. La prematurez nos dejó la marca de la resiliencia, de la capacidad de salir adelante sea como sea, sin importar lo adverso o difícil que parezca el escenario al que nos enfrentamos, sin escatimar en energía y fortaleza para ganarle al dolor y disfrutar cada minuto de la vida como si fuera el último. La prematurez nos regaló la consciencia de estar vivos, la certeza de que no existe mayor regalo que respirar, aprender, jugar, vivir.

Después de todo y de tanto (porque sí, fue mucho, fue demasiado dolor, demasiado miedo, incertidumbre, sensación de injusticia frente a una vida que se nos volvía cuesta arriba y se nos hacía difícil de sobrellevar), el resultado son estos tres hijos que saben ser felices y esta madre que los mira crecer llena de orgullo y no olvida nunca cómo es que llegamos hasta aquí.

No es que piense todos los días en que mis hijos nacieron prematuros. No es que hable de esto a cada instante ni que las imágenes de mis niños en sus incubadoras vengan a mi mente a cada segundo. Es una historia que no requiere ser evocada: quedó impregnada en nosotros porque es parte esencial de las personas en las que nos hemos convertido, unas un poco más sabias, un poco más grandes y empáticas con el dolor ajeno, unas mucho más felices y agradecidas.

Espero que todas las mamás de todos los niños prematuros que hoy celebramos su día podamos sentirnos como me siento yo: orgullosísima y con la absoluta certeza de que todo lo vivido valió la pena. Si pudiera volver el tiempo atrás, no sé lo que haría. Son tantas las lecciones que la prematurez nos dejó que no sé si querría desprenderme de ella. Probablemente ni mis hijos ni yo seríamos los mismos. Y no sé si estaría dispuesta a sacrificar lo que hemos ganado por ahorrarme el dolor de los primeros meses y años de sus vidas.

¡Feliz día a todos los luchadores gigantes que están hoy en sus incubadoras dando la pelea! ¡Feliz día a los padres, abuelos, hermanitos y tíos asustados que creen estar viviendo una pesadilla! ¡Feliz día a los que ya salieron adelante y van por la vida con la sonrisa de quien le ha ganado a la muerte! ¡Feliz día a los profesionales que pasan las noches sin dormir cuidando a los seres más frágiles-fuertes del mundo! ¡Feliz día a mis tres pollitos que hoy quieren echarse a volar porque se han convertido en niños grandes y no pierden un solo minuto para absorver lo que el mundo les regala! Y feliz día para mí también... Por haber sobrevivido y aprendido, por haber logrado lo que parecía imposible: encontrarle un "para qué" a la vivencia más fuerte y dolorosa de mi vida.


viernes, 25 de noviembre de 2011

Sueños Compartidos

Me gusta tener sueños, metas, deseos por los que luchar. Me gusta ponerme objetivos, no importa si son lejanos o difíciles de alcanzar,  no importa si finalmente no llegan a cumplirse. Me gusta acostarme soñando y sintiendo que me acerco cada día un poco más a cumplir lo que me he propuesto.

El año pasado mi hija llegó del colegio contando que una de sus amiguitas hizo un viaje a Disney con sus papás. Mis tres hijos vieron fotos del Magic Kindom internet y me interrogaron acerca de mi experiencia visitando ese lugar tan mágico para un niño. Se entusiasmaron y, por supuesto, me pidieron que los llevara. Les expliqué que desde Chile se necesita tener un presupuesto elevado para comprar los pasajes en avión. Y luego pagar hoteles, entradas a los parques, etc. Les dije que es un sueño que, por ahora, no podemos realizar, pero que podemos luchar por cumplirlo.

Pocos días después de esta conversación compré un frasco de vidrio grande, hice un orificio en su tapa de pástico y la sellé con silicona. El objetivo: reunir la plata para ir en familia a Disney. La condición: que todos coleboremos para cumplir este sueño.

Obviamente, mis hijos no suelen manejar grandes cantidades de dinero. A veces les cae algún billetito que los abuelos les regalan, o cuando se les cae un diente, el ratoncito (en quien ya no creen) deja una monedas y algo más bajo sus almohadas. Así es que todos podemos colaborar poniendo nuestro aporte en "la alcancía de Disney". Evidentemente, yo debo aportar más que ellos porque mis ingresos son mayores. Pero no soy yo quien los vaya a llevar de vieje: es un sueño compartido, una meta común por la que todos estamos luchando. 

Mis hijos están aprendiendo que las cosas no siempre son instantáneas en la vida, que muchas veces debemos esforzarnos y esperar para llegar a una meta. Y también se están enterando de que existen modos concretos para llegar a cumplir los sueños, no importa lo inalcanzables que éstos nos parezcan. Están teniendo la preciosa experiencia de compartir un proyecto y trabajar en equipo para llegar a hacerlo realidad.

Si algún día llegamos a Disney con la ayuda de este esfuerzo colectivo, sé que disfrutaremos el viaje mucho, muchísimo más que si nos hubiésemos ganado la lotería o del cielo nos hubiesen caído los pasajes. No hay nada más agradable que llegar a una meta y sentirse orgulloso de de haberse esforzado por hacerlo.




miércoles, 23 de noviembre de 2011

La Muerte y "Los Otros", Reflexiones Post-Post

El tema de mi post anterior generó muchísimas visitas. Sin embargo, no tantas personas se animaron a comentar. Tal vez porque es un tema muy íntimo, quizás por lo denso o lo sensible que es, no lo sé.

Lo cierto es que todos quienes comentaron lo hicieron comprometiéndose en ello. De hecho, los comentarios son largos y en ellos la mayoría cuenta sus experiencias personales acerca del tema. A nadie le es indiferente, estoy convencida de ello. Ni siquiera a quienes vieron la entrada y no quisieron leerla. Tampoco a quienes la leyeron y no comentaron.

Personalmente me he quedado pensando en algunas cosas...

Lo primero es que quiero de verdad que mis hijos se familiaricen con el tema de la muerte, así como con otros temas que han sido históricamente tabués en nuestra sociedad. Es por esto que no he querido ocultarles nada acerca de sus propias historias. Si bien he suavizado la realidad pues me parece que no es fácil de digerir, he elegido que sepan acerca de su prematurez y las implicancias que ésta tuvo en su momento en relación con la muerte. No es raro que me pregunten de vez en cuando algún detalle que ha quedado pendiente en sus cabecitas. Tampoco lo es que, cuando los veo derrotados o agobiados por algo, yo les recuerde que son niños fuertes, grandes y resilientes, pues han salido adelante en la vida con una entereza admirable.

Lo otro que me ronda en la cabeza es que, al parecer, quienes pasamos por experiencias duras no fuimos capaces de pedir lo que necesitábamos en su momento. Probablemente ni siquiera nosotros mismos lo sabíamos. Pero hoy que ya lo sabemos, podemos aprender a decir "Sólo necesito que estés a mi lado y me acompañes" si alguna vez volvemos a vernos en una situación límite (que, por supuesto, espero no vuelva a ocurrir jamás).

Por último, de casi todos los comentarios recibidos se puede concluir lo mismo, lo que necesita una persona cuyo hijo está cerca de morir, o cualquiera que esté pasando por un momento tan duro e impactante como ése, es una sola cosa: saber que cuenta con los suyos, tenerlos disponibles, recibir compañía, "oreja" y nada más. Cualquier palabra, cualquier opinión o crítica puede resultar catastrófica. La situación es tan delicada que nada puede ayudar más que la presencia de "los nuestros". No hay mucho qué decir. No hay mucho que se pueda hacer.

No sé a uds., pero a mí esta reflexión conjunta me ha hecho bien. Al menos saco algo en limpio: pediré a tiempo lo que necesito y no esperaré que los demás actúen como yo lo haría o como a mí me gustaría que lo hicieran. Somos humanos, muchas veces no sabemos y no podemos adivinar las necesidades de otros. Menos aún en situaciones que no hemos experimentado y que ni siquiera somos capaces de imaginar.


martes, 22 de noviembre de 2011

La Muerte y "Los Otros".


Para quienes me conocen bien, sé que sonará repetititvo, pero para los que recientemente han comenzado a leer mi blog, debo contarles que durante mi embarazo y el primer año de vida de mis hijos nos acercamos muchísimo a la temida muerte. Bueno, a decir verdad, fue ella la que se nos acercaba: nos estuvo rondado continuamente por una u otra razón durante mucho tiempo.  Irrumpió en más de una ocasión como una amenaza real y concreta, no sólo como una fantasía. Y no era la muerte así no más, no era la muerte de cualquiera la que nos acechaba, era la peor de todas: la muerte de un hijo.

Los médicos dieron por pre-muerto, por decirlo de alguna forma, a mi hijo Pedro desde la 13 semanas de gestación hasta el dia en que nació. Sus palabras era tan convincentes que su futura partida se hizo un hecho concreto, no sólo un dolor ambigüo. La prueba más patente de ello es que mientras nacían mis hijos, uno de "los nuestros" estaba averiguando acerca de todo el papeleo que había que hacer para enterrar a ese niño que moriría recién nacido, para enterrar a mi Pedro.

Más adelante, pasado el susto y algunos meses, la salud Cristóbal nos trajo de nuevo a esta visitante indeseada. Con una enterocolitilis necrotizante post operatoria severa, la vida de mi otro hijo se vio amenazada, y otra vez a pensar en ella en la muerte, a temerle, a verla en todas partes. a rogar para que se fuera.

Tan sólo unos pocos meses después de superado este evento, volvió a rondarnos en una crisis asmática de Antonia, una que se agravó en minutos, una que hizo correr a doctores y enfermeras mientras me sacaban casi a empujones de la UTI llorando y completamente descontrolada.

Sí, definitivamente, fueron tiempos de mucho dolor y miedo. La odiosa muerte nos pisaba las sombras y aparecía una y otra vez cuando ya habíamos creído haberla espantado para amenazarnos, para hacernos recordar la fragilidad de nuestra aparente estabilidad, para hacernos fantasear: "¿Y si finalmente nos gana?", ""Y si se lleva a uno de mis hijos para siempre?"". "¿Cómo podría vivir con ese dolor", "Hemos sido capaces de tanto, pero ¿seríamos capaces de sobreponernos a la partida de uno de nosotros?.

Dolor, mucho dolor, y principalmente un terror intenso que calaba nuestros huesos.

Pero de lo que quiero hablar hoy es de "los otros", de lo que decían y callaban, de cómo se acercaban o se alejaban, del temor a enfrentar los temas "enfermedad y muerte" cara a cara, de los desafortunados comentarios que brotaban de sus torpes pero bien intencionadas bocas, de cómo una madre cuyo hijo está cerca de morir puede sufrir los coletazos de una sociedad que no sabe enfrentar el tema ni siquiera a través de lo que se dice.

No culpo a nadie. Insisto en que "los otros" (muchos de ellos son seres a los que quiero muchísimo) no supieron qué hacer, qué decir, cómo mirarnos a los ojos. Simplemente porque no fuimos educados en estos temas, porque la muerte es un tabú, porque da "nervios" hablar de ella, porque a veces la mejor alternativa parece ser dar vuelta la cara para no ver el sufrimiento del otro.

Durante los meses que describo recibí más de un comentario desafortunado (el ganador: "No te preocupes, si se muere uno de tus hijos, todavía te quedan los otros dos".), más de un silencio inesperado (de amigos verdaderamente amigos que no supieron qué decir), y lo peor de todo, más de una crítica por ser "tan exagerada", por sentir dolor y expresaralo, por hablar directamente de lo que muchos temen nombrar u oír, por llamar a la muerte por su nombre y llorar...

Dejo aquí la reflexión. Cada uno que saque sus propias conclusiones. Sólo puedo decir, desde mi experiencia, que se siente gran alivio y compañía cuando alguien se atreve a escucharte y hablar directamente . Y porqué no decirlo, se vive una desolación y sentimiento de abandono profundo cuando estás frente a quien no quiere, o simplemente no es capaz de hablar y escuchar de lo que realmente te preocupa: la posible muerte de un hijo.

Lo mismo he llegado a experimentar en mi consulta en conversaciones con padres de niños que han estado o que viven cerca de la muerte. El alivio y agradecimiento reflejado en sus gestos y palabras por el solo hecho de poder hablar de sus temores son tremendos.

Estamos muy solos cuando más necesitamos compañia. Y esto sólo a causa de la ignorancia y la incapacidad de nuestra sociedad de educar a sus miembros en el reconocimiento de la muerte como parte de la vida.

¿Cómo lo han vivido ustedes? ¿Desde afuera siendo uno de "los otros"? ¿Desde adentro, formando parte de quienes nos hemos visto amenazados? ¿Cómo hacer para que quienes nos necesitan en los momentos más duros de sus vidas sientan que tienen con quién contar? ¿Qué hacer o qué decirles a nuestros hijos para cambiar este aspecto de nuestra sociedad temerosa de llamar a la muerte por su nombre?

viernes, 18 de noviembre de 2011

Crecer a Saltos... ¡Qué Grandes Están!

Ayer no fue un día cualquiera. Fue el día en que mis hijos dejaron de creer en la magia porque sí.

Me da mucha tristeza, pero es algo que se veía venir: no sólo sus cuerpos crecen, ellos van aprendiendo a pensar cada vez de manera más abstracta, más compleja, más cercana a como pensamos los adultos. Y no hay vuelta atrás. Ya no volverán a ser los niños chiquititos que creían en todo que les dijeran. Ahora saben que hay asuntos lógicos y otros que definitivamente no lo son.

Ayer mis hijos dejaron de creer en el ratoncito que se lleva los dientes, en el conejito de Pascua y en el Viejo Pascuero. Así, todo de un golpe.

Hace ya un par de años que venían haciendo preguntas y cuestionándose algunas "verdades". Hace mucho tiempo que vienen diciendo que es raro que un ratón traiga monedas, que los trineos y los renos no pueden volar, que un conejo no tiene fuerza para cargar tantos huevitos de chocolate a la vez. Hace mucho que tenían sus sospechas, que me preguntaban una y otra vez, que me comentaban que un compañerito les había dicho que los papás éramos los responsables de todas estas historias... En fin, hace mucho se venía gestando en sus cabecitas el germen de la duda. 

Pero ayer ya no se pudo más. Llega un momento en que sientes que, en vez de contarles un cuento lleno de magia, los estás engañanado con explicaciones ambiguas o burdas. Llega un punto en que la lógica le gana a la magia, un instante en que miras a tus hijos y te das cuenta de repente de lo grandes que están.

Pereo no me quedé con la aclaración solamente, fue una conversación larga, emocionante y también muy esclarecedora para ellos. Les hablé del simbolismo de cada historia y del amor que hay detrás de cada una. Como se pusieron tristes de haber corroborado sus sospechas, también les hice imaginar con cuánto amor y emoción su padre y yo habíamos planeado cada Navidad, cada Pascua, cada caída de un diente.

Y lo más importante: les conté que a mis 35 años sigo emocionándome el día de Navidad, que es una fecha mágica para mí aún sabiendo que, en concreto, el Viejo Pascuero no existe. Porque ese día se prenden las luces de todos los árboles, las familias nos reunimos a celebrar y nos regalamos algo que hemos buscado con cariño y dedicación para las personas que más queremos.

Quiero que siempre sepan que no sólo es mágico sacar un conejo de un sombrero, también lo es estar vivos, sanos, juntos y queriéndonos mucho, mucho.

Igual no puedo negar que vengo cargando un saco de nostalgia desde ayer. Sé lo que este hito significa en la vida de un niño. Sé que ya no serán más mis hijos chiquititos... Pero se convertirán en nuestros cómplices cuando les escondamos los regalos a sus primitos. Y eso abre una puerta a una nueva etapa: la de niños grandes.



jueves, 17 de noviembre de 2011

Saber Pedir Perdón A Nuestros Hijos


Muchas veces , como terapeuta, me encuentro con padres confundidos que me preguntan cómo hacer para corregir errores cometidos sin que el hijo o hija note que se han equivocado. Es decir, cómo hacer para seguir manteniedo la imagen de figura parental perfecta, que nunca falla, que todo lo sabe y lo hace bien pero, a la vez, poder enmendar ciertos actos o actitudes que no fueron beneficiosos para el niño.

Se sorprenden y abren sus ojos bien grandes e incrédulos cuando les respondo que lo más sanador es reconocer abierta y explícitamente el error y así ser consecuentes con los hijos. Para muchos esto es algo que resulta prácticamente inconcebible. ¿Cómo voy a reconocer que me equivoqué frente a mi hijo si soy su modelo a seguir? ¿Cómo voy a mostrarle que soy débil si quiero que se sienta protegido? ¿Cómo voy a corregirlo si le muestro que también fallo algunas veces? Yo creo que el asunto funciona al revés:  precisamente  porque somos los modelos de nuestros hijos, porque somos las personas en quienes se fijan cuando se proyectan como adultos, es que deben vernos fallar, reconocerlo con humildad y, sobretodo, intentar reparar la equivocación.

No queremos niños frustrados por no poder ser perfectos. Queremos niños felices por lo que son y capaces de integrar aspectos de ellos mismos, tanto los que se consideran positivos como los llamados "negativos". Queremos niños que se equivoquen y que sepan reconocerlo para poder volver a intentarlo. Queremos niños que amen sus propias debilidades y se acojan a ellos mismo como seres humanos imperfectos. Queremos que nuestros hijos sepan (pero de verdad, no sólo a través de palabras vacías) que errar es humano y que saber asumirlo es un acto de valentía y grandeza muchísimo más grande que saber ocultarlo.

Y si los padres no somos capaces de darles el ejemplo, ¿cómo harán nuestros hijos para aprender todo esto? Si intentamos mostrar una imagen falsa de nosotros mismos carente de humanidad ¿cómo les enseñaremos a ser personas humildes y asumir los propios errores?

Si le he gritado a mi hijo porque estaba cansada y tuve un pésimo día, si no me he dado cuenta, porque estaba absorta en otras cosas, de lo que necesitaba, si no he sabido escucharlo, si no he podido estar cuando debí ser accesible, le pediré perdón todas las veces que sea necesario. Así, él me mirará como un ser humano ejemplar, uno que se conoce acerca a sí mismo y sus propias fortalezas y debilidades, uno que se cae pero sabe ponerse de pie, uno que sí es un modelo a seguir, pero un modelo alcanzable y cercano, no una especie de ideal que frustra y apenas se puede tocar.

No tengamos miedo de pedir perdón e intentar enmendar nuestros errores. Sé que los niños que tienen padres que saben hacerlo son más felices y se sienten más cercanos a sus figuras parentales que aquéllos cuyos papás procuran mantener frente a ellos una imagen de perfección.




miércoles, 16 de noviembre de 2011

Primavera

Mientras fui adolescente y joven universitaria siempre adoré el invierno. Mi idea de él era la de llegar del colegio, de la universidad o de donde fuera con frío o tal vez con los pies un poco mojados por la lluvia, abrigarme, recostarme en mi cama o en algún sofá bien tapada y leer, estudiar, ver tv... Era la experiencia de salir y volver al nido calientito con una taza de café humeando en la mano y la seguridad de estar resguardada. Pocos lo entendían, pero el invierno siempre fue mi estación del año preferida. No me gustaba la época en que empezaban los días de sol y las personas decían con alegría "¡Qué lindo está el día!". Me preguntaba porqué se le llamaba, por consenso, lindo a algo que no lo era para todos. Para mí lo era más el invierno.

Esta idea me duró hasta el primer invierno de mis hijos.

El invierno del año 2003 lo pasamos encerrados en nuestro departamento (mis hijos tenían unos 7 meses) con visitas restringidas y sin permiso ni para asomar la nariz a la calle. Todo esto por haber sido prematuros extremos y alérgicos, lo que los hacía muy proclives a agravarse frente al contagio de cualquier virus. Y bueno, a pesar de todas las precauciones. se contagiaron un virus respiratorio tras otro, algunos con nebulizaciones en la clínica y uno de ellos con una hospitalización de Antonia en la Unidad de Tratamiento Intensivo. Durante ese evento mi hija estuvo en riesgo vital.

Recuerdo el sentimiento de desahogo el día que el pediatra nos dio el pase para empezar a salir. Recuerdo la emoción que me provocó caminar por la calle con los coches y mis niños mirando las flores y los árboles que la primavera había vuelto verdes.

Luego de ese año ya no hubo vuelta atrás. Todos los inviernos han sido de encierro o, ahora que están más grandes, de salir a lugares cerrados. Todas las primaveras han sido la estación de la libertad, de los paseos al aire libre y de aprovechar nuestro jardín para invitar amigos. La primavera se convirtió en la estación de ser un poco más felices.

Lo siento por el invierno, pero pasé de amarlo a detestarlo. Es como un tirano que me obliga a compartir el espacio con niños que muchas veces están tan aburridos y cansados del encierro que no pueden ser las personas amorosas que generalmente son.

El mejor día del año es, desde hace algún tiempo. aquél en que descubro que el damasco de nuestro jardín ha empezado a florecer. Esto ocurre hacia finales del invierno y es un día de júbilo para mí. Mis hijos aún no logran contagiarse de mi alegría y me miran extrañados al verme dar gritos sólo por la existencia de una flor. Es que todavía no entienden que es mucho más que una simple flor. Es la posibilidad de moverse, de salir del letargo, de empezar a sentir más vida y más libertad.


sábado, 12 de noviembre de 2011

Milagros Sí: El Día En Que Pedro Caminó.

Reconozco que acomodo las cosas según voy sintiéndolas. Hace poco escribí un post acerca de porqué no me gusta que a mi hijo que tiene una discapacidad lo llamen ángel. Pero sí me gusta, lo asumo, hablar de los "milagros" que han ocurrido en mi familia. Y no han sido pocos.

Como alguna vez conté en algún post, el diagnóstico de parálisis cerebral de mi hijo Pedro era una idea ya instalada en mi familia durante sus primeros meses. No sabíamos nada de lo que ocurriría con él. Su desarrollo motor futuro era algo que nos angustiaba, que nos preocupaba, un misterio que sólo podríamos resolver a medida que fueran pasando los meses y él fuese capaz de mostrarnos hasta dónde llegaban sus secuelas.

El día en que Pedro aprendió a caminar lo viví como un milagro. Ese día muchos lloramos. Y yo escribí algo que hoy comparto con uds:

"Esta familia está en serio riesgo de acostumbrarse a los milagros. Se suceden uno tras otro como si nada. Llegan a nosotros en los momentos más inesperados, casi siempre cuando ya habíamos asumido que nunca ocurrirían."

"Pedro aprendió a caminar, ¡Mi chinito aprendió a caminar! Mi niño espástico, con sus piernas dobladas y tensas, con su diagnóstico de PARÁLISIS CEREBRAL (no le tengo miedo a esas dos palabras, no las diré despacito ni las reduciré a “P. C.” como lo hacen los médicos para que no suene tan feo), ha aprendido a caminar."

"Si antes fue un pollo o un gato, hoy se ha transformado en un patito que avanza por la casa con sus piernas flectadas y los pies hacia afuera. Le ha sacado lágrimas hasta a los más duros (Pedro, el Pipo está feliz por ti), y sonríe triunfante como si supiera el peso enorme que el logro de este hito tiene para todos. No le importa caerse, se pone de pie una y otra vez con la misma sonrisa de quien le ha doblado la mano al destino."

"Mi abuela dice que Pedro logrará todo lo que se proponga en la vida. Y yo me pregunto cuándo dejaré de creer en los malos vaticinios y comenzaré a ver que aquí, en esta familia, todo, absolutamente TODO es posible."











No son necesarios los comentarios. Supongo que basta con ver su carita.

jueves, 10 de noviembre de 2011

¡Ahora la Grande Soy Yo!

Yo siempre me siento chica. Quiero decir que no soy la adulta que todo lo sabe y todo lo puede resolver que imaginé cuando era niña y proyectaba la Natalia que sería. A veces me ocurre que me miro en perspectiva y pienso algo así como "¡Soy grande, soy la mamá, la que debe proteger y saber! ¿Cómo puede ser si todavía me siento igual a como me sentía hace 20 años atrás?". Ya aprendí que nunca llega esa sensación interna de adultez y de ser capaz de todo. Cuando era niña creí que algún día llegaría una especie de iluminación que me haría sentir segura y capaz. Y no fue así.

Pero hay momentos en que sí me siento grande, o al menos tengo la consciencia plena de deber actuar como adulto. Eso fue lo que me ocurrió el 27 de Febrero del año 2010.

El último terremoto que hubo en mi ciudad fue el año 1985. Yo tenía 9 años y mis padres se hicieron cargo de mis hermanos y de mí. Ellos nos dieron las instrucciones de dónde ponernos, ellos nos explicaron lo que había ocurrido, ellos sabían, ellos nos protegían.

De todos modos, después de ese terremoto me quedó como secuela un miedo a los temblores. Cada vez que venía uno me levantaba, me ponía en alerta, abría bien mis ojos, en fin, me asutaba. Siempre fue así.

Hasta que llegó el enorme terremoto del año 2010. Fue a las 3: 14 de la madrugada y su intensidad fue de 8.8 en su epicentro. Nunca había vivenciado una expresión natural tan potente. Y, además, lo agravaba el hecho de estar completamente dormida cuando empezó.

Sin embargo, a pesar de mi temor, a pesar del ruido tremendo, de la sensación de no poder mantenerme en pie, de las chispas que salían de los cables de la calle y de la ampolleta de mi propia casa, actué como grande, lo hice como mamá.

Mi hija estaba esa noche durmiendo con mi madre, por lo tanto, habíamos sólo dos niños y dos adultos en nuestra casa. Recuerdo que desperte al papá de mis hijos, lo empujé hacia sus camas y le indiqué que tomara a  uno de ellos mientras yo tomaba al otro. Nos pusimos bajo los dinteles de las puertas y ocurrió: en medio del movimiento de tierra más grande que he vivido,tuve plena consciencia de ser adulta, de ser la mamá, la responsable de salvaguardar a mi familia. Recuerdo haber tenido la lucidez para pensar "si me pongo a gritar o muestro alguna reacción descontrolada, mis hijos quedarán traumados. Debo mostrarme segura y calmada. Debo actuar como si supiera que todo va a estar bien". Todo esto mientras la tierra se movía bajo mis pies, mi corazón latía a 1000 por hora y le iba diciendo a mi hijo que estuviera tranquilo, que era un terremoto pero que pronto iba a pasar.

En general, siempre digo que soy una persona que reacciona torpemente frente a las emergencias. Pero ese día supe que cuando eres la grande y lo sabes, naturalmente surge de ti el instinto de proteger, así, espontáneamente, sin pensarlo.

Después de un terremoto se habla durante meses del evento, y cada uno cuenta dónde estaba, lo que pasó y lo que sintió. Yo sólo pude decir que sentí la responsabilidad de ser la encargada de cuidar a mis pollos. El miedo, la ansiedad, las fantasías catastróficas tuve que guardármelas en un bolsillo. Recién tres día más tarde pude llorar un poco y reconocer que sentía una tensión que hasta entonces no había sentido. Pero en el momento mismo el instinto materno fue más fuerte que nada. ¡Ahora la gande soy yo!






miércoles, 9 de noviembre de 2011

Para Celebrar El Día Del Psicólogo, Les Cuento Mi Historia

A los 18 años hay que decidir quién serás el resto de tu vida. ¿No será un poco ridículo? ¿No será demasiada exigencia para una persona tan joven que lo único que ha hecho en su vida es ir al colegio? Yo creo que sí.

Por eso, siempre he pensado que las personas que estudiamos profesiones que nos apasionan tenemos suerte, nada más que suerte. Otras, las que no han dado en el clavo, tienen mala suerte. A los 18 años estás recién empezando a descubrir quién eres, qué te gusta, qué no te gusta, cuáles son tus habilidades y cuáles no tanto. Otros todavía se dejan influenciar enormemente por la opinión de sus padres (que al final del día, son muchas veces los que pagan la universidad). Yo no: si fuera por mi madre, sería Ingeniero Comercial, y mis hermanos también ;)

Bueno, el caso es que a partir de los 15 años me convertí en una de esas jóvenes idealistas y densas. Escuchaba a Silvio (todavía lo adoro, pero ya no lo escucho tanto), leía filosofía y tocaba guitarra. Intentaba que nada en mi vida fuera demasiado superfluo, quería aprender, me gustaba sentirme una "intelectual", jajajaja!. No sabía que la vida está hecha de pequeños detalles prácticos, no de cuestionamientos profundos y reflexiones densas, al menos no todo el tiempo.

Sentía que mi vocación estaba entre la literatura y la filosofía. Ésas eran las dos carreras universitarias que barajaba en mi cabeza cuando, el verano antes de entrar al último año de colegio, hice un viaje a México con una tía-prima (sólo unos pocos años mayor que yo) y mi abuela pro: una abuela que en esa época todavía mochileaba por el mundo cual adolescente. Esa abuela es Psicóloga, y estudió la carrera cerca de los 40 años. O sea, más moderna imposible.

Ella fue la que me convenció: la Psicología es una carrera "profunda" como yo quería, un poco más rentable que las otras dos (al menos en la teoría) y tiene muchas posibilidades en cuanto al ejercicio de la misma.

Nunca me voy a arrepentir (bueno, por razones económicas a veces pienso que si le hubiese hecho caso a mi mamá, tal vez todo sería un poco más fácil). Pero realmente tengo un trabajo que me APASIONA y lo que más me gusta es que mis hijos me vean felices saliendo a trabajar, que vean que se puede amar lo que se hace y que, además, te paguen por eso.

Feliz por la decisión tomada! Gracias Yiyi por convencerme! Y feliz día a todos mis colegas Psicólogos!



lunes, 7 de noviembre de 2011

Distintas Formas de Discriminar


Antes de ser madre de un niño que tiene una discapacidad pensaba que la discriminación implicaba el rechazo explícito hacia una persona por ser diferente. Una definición simple, o más bien simplista del verdadero y complejo problema que implica la actitud de la discriminación.

Una actitud, por definición, tiene tres componentes: lo que se piensa acerca de algo o alguien, lo que se siente frente a ese algo o alguien y la manera como se actúa en consecuencia con el pensamiento y el sentimiento. Es decir, cuando hablamos de discriminación no estamos hablando de una conducta que pueda modificarse con facilidad, pues detrás del acto hay una serie de creencias y sentimientos arraigados en la persona que finalmente discrimina.

Y es por esto que discriminar a un otro no consiste simplemente en rechazarlo. También se está discriminando a una persona cuando se le exige menos de lo que puede llegar a ser, cuando se siente lástima por él, cuando se le intenta incluír sólo para aliviar la propia consciencia (yendo en contra de las creencias discrminatorias), cuando se siente que al "aceptarlo" se está realizando una buena acción, cuando se le pone límites antes de probar de qué es capaz esa persona, cuando se siente o se cree que no hay nada que una persona diferente nos pueda enseñar, cuando se actúa con indiferencia "para no hacer sentir diferente" al que en realidad es diferente, etc, etc, etc.

Como mamá he visto a personas hacer todas esas cosas con mi hijo. Si bien estoy profundamente agradecida de estar rodeada, en general, de gente inteligente, abierta de mente y de corazón, sí me he topado ya con personas que sutilmente, han discrminado a mi niño. El rechazo directo y duro tal vez ya no es tan común en esta sociedad que se autodenomina abierta... Sin embargo, las madres no somos tontas y nos damos perfecta cuenta de cuando alguien está discrmininando a nuestros hijos.

Y lo que me preocupa de todo esto no es tanto lo que a mí me pase, sino lo que a él pueda llegar a ocurirle con estas señales poco evidentes pero sutilmente perceptibles acerca de que él merece un trato especial por ser diferente. No quiero que jamás quede en su corazón la idea de que, por tener una discapacidad, merece que se espere menos de él, que se le tenga lástima o se le trate con indiferencia. Quiero que se ponga metas altas y luche por ellas tanto como mis otros dos hijos. Quiero que crea en él tanto como yo lo hago. Quiero que se sienta valioso, importante y digno, tanto como cualquier ser humano.

Es difícil llegar a erradicar de nuestra sociedad la discriminación. Discriminar es parte de la naturaleza animal (sino no existiría la ley del más fuerte), sin embargo, creo firmemente en la capacidad humana de abrir el corazón, la cabeza, y aceptar que un otro supuestamente inferior a mí puede darme las lecciones más grandes que aprenderé en la vida.

En algún post les conté acerca de esa profesora de inglés que quería eximir a mi hijo de su asignatura sin conocerlo, sólo por su diagnóstico. Reconozco que espero con ansias la llegada del fin del año escolar para acercarme a ella y conversar sobre el tema. Estoy segura que mi hijo le enseñó a ella más de la vida de lo que ella le enseñó de inglés. Y eso que tiene excelentes notas en esa asignatura :)





domingo, 6 de noviembre de 2011

Corporación Junto a Ti, Un Gran Descubrimiento

Esta mañana me contactó el padre de un niño de 10 años que tiene autismo. Raúl es uno de esos papás que no se quedan en el diagnóstico y las terapias... Ha creado una Corporación para entrenar perros de asistencia para personas con necesidades especiales.

Estuve largo rato "conversando" con él acerca de sus motivaciones, las necesidades de la Corporación y los resultados que ya han tenido gracias al aporte desinteresado de profesionales y empresas que los ayudan.

Sin embargo, necesitan mucho más para seguir aportando a la sociedad. Lamentablemente, sin el dinero suficiente no se puede hacer mucho.

Los invito a conocer la página http://www.corporacionjuntoati.cl/ . Han tenido logros maravillosos, pero quieren tener muchos más!!!

Les dejo la invitación y una idea: si cada uno aporta un granito de arena, la idea de Raúl se hará cada vez más grande y nuestros niños estarán cada vez más incluídos en la sociedad.

También tienen un grupo en facebook con el mismo nombre de la Corporación.


El hijo de Raúl junto a su inseparable perra Negra. Ojalá muchas personas con necesidades especiales puedan llegar a tener una amiga-asistente como ella.


viernes, 4 de noviembre de 2011

Una Espina En El Pecho: Confesiones De Una Madre Múltiple.

Son las 8:20 AM y ya tengo una espina clavada en el pecho.

Esta mañana desperté a mis hijos, más bien los obligé a despertar y tomar la leche, corrí hacía la cocina para preparar sus colaciones, metí en el bolso de mi hija la ropa de Educación Física, firmé comunicaciones y permisos varios que anoche no alcancé a firmar porque llegué tarde y agotada del trabajo, busqué los remedios de Pedro, tuve que casi abrirle la boca con las manos para que se lo tomara, volví a correr a preparar el desayuno de la perra que está dándole de mamar a sus 5 cachorros y está poniéndose flaca, busqué los zapatos de colegio de mis hijos que anoche quedaron en el living, me vestí con lo que encontré y sin bañanrme, miré a mis hijos paralizados de sueño mirando sus uniformes sin atinar a vestirse, les dije 10 o 20 veces que se apuraran, cada vez alzando un poco más la voz, tuve una pequeña discusión con mi hijo porque todos los días pierde algo en el colegio, paré a cada uno de ellos frente al lavamanos para que se levaran y peinaran, pero seguían medios dormidos así es que, mientras yo corría por la escalera buscando una toalla limpia, les iba dando instrucciones: "apúrate, no te mojes las mangas, lávate bien la cara, lávate las muelas, no sólo los dientes, no te demores tanto, que faltan tus dos hermanos y yo...", peiné a mi hija, quien se quejó porque le dolió que le desenredara los nudos, finalmente también peiné a mis hijos porque se hacía demasiado tarde, les dije varias veces que bajaran al primer piso, les dije en voz alta (bastante alta) que se subieran al auto, abrí el portón, saqué el auto, me bajé, cerré el portón, camino al colegio fui dándoles instrucciones acerca de quién iría a la casa de qué amiguito y qué amiguito vendría a visitarnos hoy, me estacioné frente al colegio, abrí la puerta trasera del auto mientras decía "rápido, van a cerrar la puerta, es tarde", les di un beso y les dije que los amo, pero ninguno de los tres tenía muy buena cara. pasé por el supermercado, compré bolsas de basura y vine a mi casa a sentarme frente al computador.

Y aquí está: una espina clavada en mi pecho por no haber podido despertarlos con besitos, por haber alzado la voz más de una vez, por no haber podido conversar con ellos mientras se vestían, por haber dicho la palabra "apúrate" al menos 30 veces, por no haber podido reparar nada con el beso de despedida. Mis hijos entraron al colegio con sueño y con cara de "esta mamá que tengo me vuelve loco(a)".

Definitivamente, las mañanas como ésta no me hacen bien, y a ellos tampoco. Pero son más comunes de lo que quisiera. Soy mamá de trillizos y me separé de su padre hace poco más de tres meses. Ahora hay dos manos menos en las mañanas y mis hijos son menos autónomos de lo que yo quisiera, especialmente cuando están muertos de sueño y ponerse un calcetín se les hace un mundo.

Pero lo feo de todo esto no es el apuro, levantar la voz, repetir las cosas mil veces ni correr por las escaleras. Lo que me duele es la espina que se me queda clavada en el pecho al despedirme de ellos y sentir que la vida a veces no es como la soñé.

No puedo evitar preguntarme qué recuerdos quedarán en sus cabecitas de estas mañanas caóticas, qué sensación tendrán al entrar al colegio, que sentirán hacia mí, que más que una mamá parezco un sargento o una bruja gritona, porqué no he logrado que hagan las cosa con mayor autonomía para no tener que ser la "mala" de la película, cómo explicarles lo que significa estar atrasados o apurados (lo saben, pero parece que no les importa nada que yo repita una y otra vez esas frasecitas).

Me canso. Y siento que muchas mañanas son pequeños fracasos en mi rol de madre.

Todo esto sin contar las tardes llenas de tareas, asuntos por firmar, apuro por llegar al doctor, por estar a tiempo en la terapeuta, por trabajar y controlar lo que se pueda desde el teléfono, por dar instrucciones que muchas veces son incumplidas, por llegar a recoger juquetes que ellos debieron haber recogido, por dar el beso de buenas noches con el apuro de querer sentarme a descansar.

No, no es fácil ser mamá de varios hijos. Y no me puedo quejar: tengo una persona que me ayuda durante el día, una madre dispuesta a acudir en mi auxilio si es necesario y un ex-marido que cumple su rol de papá lo mejor que puede, que es bastante bien.

¿Estaré exigiéndoles demasiado a mis hijos? ¿Los tendré demasiado mimados? ¿Será normal lo que ocurre en esta casa? ¿Vendrá el momento de dejar de apurarlos, alzar la voz y empujarlos hacia el baño mientras doy instrucciones a los que se están  vistiendo? ¿Seré la única mamá que deja a sus hijos en el colegio y se va con una espina clavada en el pecho?

Uffff! Claramente estoy superada desde hace casi 9 años. Y si de algo estoy segura es que ellos no pidieron ser tres y tener una mamá que se siente sobrepasada casi todo el tiempo.

Si pudera ponerle un nombre a la espina que se me clava en el pecho, no lo dudaría: se llama culpa.





miércoles, 2 de noviembre de 2011

Lo Que Espero De Ti

No sé si lamentable o afortunadamente, provengo de una familia en la que se valora muchísimo el desarrollo intelectual de las personas. Y bueno, de la mano de un desarrollo sobresaliente viene el éxito, en términos de ser un aporte a la sociedad, de ser personas destacadas en las áreas en las que se desempeñan los miembros de mi familia, todos ligados a disciplinas como la filosofía, la psicología, las ciencias políticas, el arte, y otros.

En esta familia mía no se valoran tanto los logros econónomicos, pero el ser una persona profunda, pensante, con una intelectualidad desarrollada ha sido por generaciones nuestra marca.

Antes de ser madre no me cuestioné estos asuntos jamás. Nací donde me tocó nacer y crecí en un ambiente en el que el ser "inteligente" era más un valor que una característica personal.

Sin embargo, la vida, o más bien mis hijos me dieron un remezón muy grande y me llevaron a cuestionar intensamente este dogma. Desde muy chiquititos recibieron diagnósticos y pronósticos que hacían pensar que tal vez no sólo no serían brillantes en lo intelectual, sino que podrían tener serios problemas de aprendizaje.

Hoy puedo decir que ninguno de mis tres hijos tiene dificultades de aprendizaje, al menos no importantes. Sin embargo, ya no hay vuelta atrás: lo aprendido no me lo quita nadie. Ya no soy parte de un grupo de personas preocupadas por el desarrollo intelectual de su descendencia. Ya no creo que competir y sobresalir sean valores dignos de seguir. Me convertí en una mamá que espera de sus hijos algo muy diferente.

¿Qué espero de ellos? Lo tengo bastante claro: que sean buenas personas, que sepan mirar a los demás con ojos de amor, que respeten y amen la diversidad. Espero que desarrollen los talentos con los que nacieron, sin importar cuáles sean, y me enorgullezco cuando mi hija me dice que de grande quiere trabajar como "paseadora de perros" pues sé que detrás de esa declaración hay un amor puro e inmenso por la naturaleza. También me enorgullecía años atrás cuando mi hijo Cristóbal decía que quería ser "superhéroe" como el de Lazy Town. Me daba cuenta que su agilidad física (que es enorme) le permitía proyectarse como un deportista experto en hacer volteretas y piruetas. Me enorgullecía también cuando Pedro quería ser mago y le hacía sus trucos a cada persona que visitaba nuestra casa. Sabía que él estaba poniendo a prueba sus habilidades manuales, un enorme desafío para un niño que alguna vez recibió el diagnóstico de parálisis cerebral.

Quiero verlos crecer como personas respetuosas, colaboradoras, esforzadas y entregadas a lo que les gusta. Quiero verlos ser lo que son y sacarle máximo provecho a lo que la vida les ha regalado.

Me gustaría muchísimo que fueran felices, pero creo que esperar eso de ellos es demasiado. ¿No es acaso muy difícil llegar a sentirse una persona completamente feliz? A veces siento que ésa es una expectativa demasiado alta que muchos padres ponen en sus hijos. Sí espero que luchen por serlo, pero si nunca llegan a sentirse seres humanos felices, habrán cumplido con todas mis expectativas: aprovechar la vida e intentar ser la mejores personas que puedan llegar a ser es más que suficiente para esta mamá.

Y en eso estoy: intentando, día a día, inculcarles el amor por la vida, la consciencia y el agradecimiento por ser quienes son, ayudándolos a aceptar que ninguno de los tres es perfecto, que se caerán una y otra vez, y que se pondrán de pie porque tienen una familia que los tomará de las manitos cada vez que se sientan derrotados.

Acerca de los colegios de elite, las carreras universitarias exigentes, los logros intelectuales y el éxito profesional me he olvidado hace tiempo. Si alguno de ellos, o los tres llegan a ser personas profundas e intelectuales, me alegraré mucho. Tanto como si pasean perros y se ganan la vida gracias a ello.

En el fondo, mi único deseo es intentar enseñarles a respetar la diversidad respetando la de ellos.



martes, 1 de noviembre de 2011

El Vínculo Entre Niños y Animales

Si yo no amara los animales es posible que mis hijos nunca hubiesen tenido una mascota. Pero afortunadamente me encantan. De hecho, a sus 8 años, mis trillizos han tenido conejos, peces, hamsters, pájaros y perros. Al principio eran motivados por mí, pero ya no requieren mediación ni motivación externa: se han convertido en amantes incodicionales de las mascotas. Saben mucho acerca de ellas, investigan en internet y suelen soñar con los perros que tendrán cuando sean adultos (unos de razas grandes que en nuestra casa no tienen cabida, por el momento).

Como Psicóloga Infantil me gustaría saber mucho más de lo que sé acerca de la terapia con animales. Siempre he pensado que, tal vez, mi vocación va por ese lado. Sin embargo, no sé demasiado del tema en términos teóricos. Lo que tengo es conocimiento práctico acerca de lo que ocurre en la relación entre un niño y un animal. Y me atrevería a decir que lo que he visto es un vínculo casi mágico.

Los animales tratan a todos los seres humanos por igual. Ellos no saben de discriminación en ninguno de los sentidos. Un perro dócil se acerca a cualquier niño en busca de un contacto amoroso sin mediar prejuicios acerca de su condición, clase social, religión o raza.

Y los niños no hacen más que aprender de ellos. El vínculo estrecho con una mascota descentra al niño de sí mismo y de sus propios deseos para ocuparse por un tiempo de las necesidades de otro: es el comienzo de lo que más adelante será la empatía, el poder ponerse en el lugar de otro y pensar con amor en lo que éste necesita. Y si todo empieza con una mascota, la experiencia resulta gratificante, divertida y amorosa. Alimentarlos, ayudar a limpiarlos o procurar que tengan agua fresca son tareas relativamente sencillas que harán del niño un ser más generoso, responsable y feliz.

Sólo por dar ejemplos, mi perro Goyo permaneció tres días junto a mi hijo Pedro tendido en la cama cuando éste se encontraba mal a causa de un rotavirus. Ni siquiera yo, que soy su mamá, fui capaz de estar tanto tiempo sin desaparecer de su lado ni procuparme de alguna otra cosa. Mi hija Antonia hoy despierta a las 3 de la madrugada si los cachorros de su perrita Luna lloran. Y lo hace con una paciencia y un amor que se asemejan al de una madre. Nadie podría negar que hay una interacción amorosa que nutre el alma. Nadie podría dejar de conmoverse frente a una relación tan pura.

Por último, hay muchos padres que prefieren no dejar que sus hijos tengan mascotas por temor al sufrimiento que sobrevendrá cuando el animal muera. Yo no estoy de acuerdo con esa opinión. Si bien la muerte de una mascota puede ser un evento tremendamente triste, es una forma de acercar al niño al tema de la muerte, los duelos y los ritos asociados a éstos. Al fin y al cabo, algún día nos enfrentaremos con la inevitable muerte. Y nada más sano que conocerla a través de una mascota antes de enfrentar muertes más marcadoras, como la de un pariente cercano.

Mis niños seguirán teniendo mascotas mientras sea posible. Y yo también. Todos disfrutamos enormemente de la experiencia. Ganamos compañía, amor, incondicionalidad, y no perdemos nada de nada.