Son las 8:20 AM y ya tengo una espina clavada en el pecho.
Esta mañana desperté a mis hijos, más bien los obligé a despertar y tomar la leche, corrí hacía la cocina para preparar sus colaciones, metí en el bolso de mi hija la ropa de Educación Física, firmé comunicaciones y permisos varios que anoche no alcancé a firmar porque llegué tarde y agotada del trabajo, busqué los remedios de Pedro, tuve que casi abrirle la boca con las manos para que se lo tomara, volví a correr a preparar el desayuno de la perra que está dándole de mamar a sus 5 cachorros y está poniéndose flaca, busqué los zapatos de colegio de mis hijos que anoche quedaron en el living, me vestí con lo que encontré y sin bañanrme, miré a mis hijos paralizados de sueño mirando sus uniformes sin atinar a vestirse, les dije 10 o 20 veces que se apuraran, cada vez alzando un poco más la voz, tuve una pequeña discusión con mi hijo porque todos los días pierde algo en el colegio, paré a cada uno de ellos frente al lavamanos para que se levaran y peinaran, pero seguían medios dormidos así es que, mientras yo corría por la escalera buscando una toalla limpia, les iba dando instrucciones: "apúrate, no te mojes las mangas, lávate bien la cara, lávate las muelas, no sólo los dientes, no te demores tanto, que faltan tus dos hermanos y yo...", peiné a mi hija, quien se quejó porque le dolió que le desenredara los nudos, finalmente también peiné a mis hijos porque se hacía demasiado tarde, les dije varias veces que bajaran al primer piso, les dije en voz alta (bastante alta) que se subieran al auto, abrí el portón, saqué el auto, me bajé, cerré el portón, camino al colegio fui dándoles instrucciones acerca de quién iría a la casa de qué amiguito y qué amiguito vendría a visitarnos hoy, me estacioné frente al colegio, abrí la puerta trasera del auto mientras decía "rápido, van a cerrar la puerta, es tarde", les di un beso y les dije que los amo, pero ninguno de los tres tenía muy buena cara. pasé por el supermercado, compré bolsas de basura y vine a mi casa a sentarme frente al computador.
Y aquí está: una espina clavada en mi pecho por no haber podido despertarlos con besitos, por haber alzado la voz más de una vez, por no haber podido conversar con ellos mientras se vestían, por haber dicho la palabra "apúrate" al menos 30 veces, por no haber podido reparar nada con el beso de despedida. Mis hijos entraron al colegio con sueño y con cara de "esta mamá que tengo me vuelve loco(a)".
Definitivamente, las mañanas como ésta no me hacen bien, y a ellos tampoco. Pero son más comunes de lo que quisiera. Soy mamá de trillizos y me separé de su padre hace poco más de tres meses. Ahora hay dos manos menos en las mañanas y mis hijos son menos autónomos de lo que yo quisiera, especialmente cuando están muertos de sueño y ponerse un calcetín se les hace un mundo.
Pero lo feo de todo esto no es el apuro, levantar la voz, repetir las cosas mil veces ni correr por las escaleras. Lo que me duele es la espina que se me queda clavada en el pecho al despedirme de ellos y sentir que la vida a veces no es como la soñé.
No puedo evitar preguntarme qué recuerdos quedarán en sus cabecitas de estas mañanas caóticas, qué sensación tendrán al entrar al colegio, que sentirán hacia mí, que más que una mamá parezco un sargento o una bruja gritona, porqué no he logrado que hagan las cosa con mayor autonomía para no tener que ser la "mala" de la película, cómo explicarles lo que significa estar atrasados o apurados (lo saben, pero parece que no les importa nada que yo repita una y otra vez esas frasecitas).
Me canso. Y siento que muchas mañanas son pequeños fracasos en mi rol de madre.
Todo esto sin contar las tardes llenas de tareas, asuntos por firmar, apuro por llegar al doctor, por estar a tiempo en la terapeuta, por trabajar y controlar lo que se pueda desde el teléfono, por dar instrucciones que muchas veces son incumplidas, por llegar a recoger juquetes que ellos debieron haber recogido, por dar el beso de buenas noches con el apuro de querer sentarme a descansar.
No, no es fácil ser mamá de varios hijos. Y no me puedo quejar: tengo una persona que me ayuda durante el día, una madre dispuesta a acudir en mi auxilio si es necesario y un ex-marido que cumple su rol de papá lo mejor que puede, que es bastante bien.
¿Estaré exigiéndoles demasiado a mis hijos? ¿Los tendré demasiado mimados? ¿Será normal lo que ocurre en esta casa? ¿Vendrá el momento de dejar de apurarlos, alzar la voz y empujarlos hacia el baño mientras doy instrucciones a los que se están vistiendo? ¿Seré la única mamá que deja a sus hijos en el colegio y se va con una espina clavada en el pecho?
Uffff! Claramente estoy superada desde hace casi 9 años. Y si de algo estoy segura es que ellos no pidieron ser tres y tener una mamá que se siente sobrepasada casi todo el tiempo.
Si pudera ponerle un nombre a la espina que se me clava en el pecho, no lo dudaría: se llama culpa.